sábado, 21 de junio de 2014

Libro del mes (junio 2014): La filosofía de las corridas de toros.



Este libro de un filósofo francés nos enseña a entender el toreo en toda su grandeza. Veamos un fragmento:


  • "Así, pues, la explicación sacrificial no es falsa, pero sólo puede ser parcial. Pasa por alto deliberadamente un aspecto esencial del acto taurino: el de que se trate precisamente de ... tauromaquia. Así, pues, al contrario que la interpretación «sacrificialista», hay que res­ponder a la pregunta: «¿Por qué matar los toros?», planteando la te­sis de que el toro de lidia no es -sólo- un animal sacrificado, sino que es también -y ante todo- un animal en lucha. 
  • Veamos una explicación de la muerte del toro que se basa pre­cisamente en la corrida-combate: llamémosla la interpretación «agonística». El matador no es un sacrificador, es un gladiador. No mata encarnando los valores sagrados del sacerdote, sino los valores profanos del héroe. El toro no es el animal que se inmola, sino el antagonista absoluto con el cual se mide su adversario. ¿Por qué ma­tado? No porque encarne ese poder casi inviolable del que el hom­bre en general se apropia por la muerte, sino porque es el adversa­rio casi invencible que un hombre singular logra vencer hasta la muerte. El matador no glorifica el animal al matarlo, se glorifica a sí mismo. Ha vencido su poder, el poder, algo así como un poder ab­soluto. Entonces, ¿qué es la corrida de muerte? No una misa, sino el campo cerrado de los desafios y las hazañas ... lejanamente hereda­da de los torneos de la caballería, emparentada por alianza con las cacerías de montería. ¿Qué es la estocada? No un acto ritual, sino la demostración aristocrática de una superioridad guerrera contra un animal salvaje. Es la «proeza» suprema, en el sentido que ese térmi­no tenía en la ética caballeresca: aquella por la que se afirma el po­der soberano de un hombre y el triunfo del valiente solitario. 
  • También a ese respecto, incluso quien se negara a aceptar esa interpretación en toda su radicalidad debería conceder que muchos elementos de la corrida de toros abogan a su favor. Tenemos, al menos, tres indicios de ellos.
  • La corrida de toros es (¿acaso debemos repetirlo?) el combate regulado entre un hombre y un animal o, dicho de otro modo, la representación de la lucha entre dos formas de vida: el poder sereno de la inteligencia-la astucia- contra el poder de la fuerza bruta, el instinto ciego. Así, pues, es en primer lugar algo así como una exhibición clamorosa de omnipotencia delante del mundo. Un hombre -un héroe, algo así como un semidiós- se proclama capaz de un gesto heróico para granjearse la admiración de todos y alcanzar la gloria: poner su vida en juego frente a una fiera y lograr acabar con ella. En relación con el público, la corrida es una hazaña: «¡Admirad mi victoria!   ¡Mirad mi triunfo!» Pero, en relación con el animal, es un desafio: Tú que eres tan fuerte, ¡mátame, si puedes! ... Y, puesto que no puedes soy yo quien te mata.» Ése es el sentido profundo de la muerte del toro y es inseparable de toda la lidia que la precede, pues, frente a la interpretación sacrificialista, podemos sostener que no es la muerte del animal lo que  qcuenta, en la «hora de la verdad», no es lo que inspira silencio y respeto y respeto, sino el acto último -y extremo- del hombre combatiente.La suerte de matar es simplemente el último gesto del último acto del drama."

miércoles, 11 de junio de 2014

Libro del mes (mayo 2014): "De Malo" de Santo Tomás de Aquino


Con el fin de que los alumnos se inicien en algún ensayo de Santo Tomás, hemos elegido este fragmento sobre la libre elección.


“ Del mismo modo que en las otras cosas de la naturaleza, encontramos en el hombre un principio de sus actos. Este principio activo en el hombre es la inteligencia y la voluntad. Este principio "humano" se asemeja parcialmente, como también difiere en parte, a aquel que encontramos en las cosas. Se parece en el sentido de que, de una parte y de otra, tenemos una forma, que es el principio del obrar, y una inclinación o un apetito, consecutivo a esta forma: apetito del que deriva la acción exterior. El hombre, en efecto, obra por inteligencia. La diferencia consiste en esto: la forma que constituye las realidades de la naturaleza está individualizada por la materia; la inclinación que se deriva está, como consecuencia, estrictamente determinada a una sola posibilidad. La forma intelectual, por el contrario, en razón de su universalidad, es susceptible de englobar a una multitud de posibilidades. Por eso, como los actos se realizan siempre sobre una materia singular, jamás adecuada a la potencia de lo universal, la inclinación de la voluntad no está determinada. Se beneficia de un margen de indeterminación respecto a los múltiples singulares. El arquitecto, por ejemplo, que conciba el plano de una casa en lo universal, puede, a su gusto, darle la forma que quiera: cuadrada, redonda, etcétera. Todas estas figuras se ordenan bajo lo universal a título de determinaciones particulares. El animal (que es menos determinado que la piedra) se encuentra en una posición intermedia entre el hombre y la cosa. Pero las formas de su percepción permanecen individuales. En consecuencia, la inclinación, pese a la variedad de "lo sensible" que la condiciona, está siempre determinada por lo singular (…)

¿Cómo se decide, pues, la voluntad concretamente? Se pueden analizar tres casos. A veces la decisión dependerá del "peso" de tal o cual condición del objeto, en tanto que valorada por la inteligencia. La decisión será en tal caso racional; por ejemplo, si yo considero tal cosa útil para mi salud o, al menos, lo es para mi actividad voluntaria. Otras veces una ocasión, venga del interior o del exterior, hará que me apoye sobre una circunstancia del objeto y que deje el resto en la sombra. Finalmente, la decisión puede tener su origen en una disposición interna. El hombre colérico y el hombre sabio deciden de muy diferente manera; el enfermo no ve la comida del mismo modo que el sano. Como dice el filósofo: a tal disposición, tal fin”

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domingo, 27 de abril de 2014

Libro del mes (abril 2014): Metafísica




La Metafísica  es una obra de Aristóteles (384 a C./322 a C.) compuesta por un conjunto de libros  que abarcan distintos temas que van desde la ontología a la teología, haciendo hincapié en la crítica a la ideas de su maestro Platón.

Veamos un fragmento en el que Aristóteles pone de manifiesto el deseo de saber que tienen todos los seres humanos y que este deseo culmina cuando se adquiere la sabiduría que es el conocimiento de las causas y los principios del ser, como hemos estudiado ya.

 " Creemos, sin embargo, que el saber y el entender pertenecen más al arte que a la experiencia y consideramos más sabios a los conocedores del arte que a los expertos, pensando que la sabiduría corresponde en todos al saber. Y esto, porque unos saben la causa y los otros no. Pues los expertos saben el qué, pero no el porqué. Aquéllos, en cambio, conocen el porqué y la causa. Por eso a los jefes de obras los consideramos en cada caso más valiosos, y pensamos que entienden más y son más sabios que los simples operarios, porque saben las causas de lo que se está haciendo; éstos, en cambio, como algunos seres inanimados, hacen, sí, pero hacen sin saber lo que hacen, del mismo modo que quema el fuego. Los seres inanimados hacen estas operaciones por cierto impulso natural y los operarios, por costumbre. Así pues, no consideramos a los jefes de obras más sabios por su habilidad práctica, sino por su dominio de la teoría y su conocimiento de las causas. En definitiva, lo que distingue al sabio del ignorante es el poder enseñar, y por esto consideramos que el arte es más ciencia que la experiencia, pues aquéllos pueden y éstos no pueden enseñar. "

sábado, 8 de marzo de 2014

Libro del mes (marzo 2014): Aben Massara



El autor del libro es Don Miguel Asín Palacios, académico español. Esta obra trata de los orígenes de la filosofía musulmana en España.

Veamos un fragmento de la misma:


EL PENSAMIENTO MUSULMÁN ESPAÑOL EN LOS TRES PRIMEROS SIGLOS

"La historia del pensamiento filosófico-teológico en la España musulmana es un trasunto fiel de la cultura islámica oriental, sin nexo alguno, positivo y demostrado, con las tra­diciones indígenas. Cuanto se ha declamado en pro de la su­pervivencia y transmisión de la ciencia visigótica al islam español, carece de base documental. El toledano Sáid, histo­riador juicioso y sereno de las ciencias y de la filosofía, que conoce a fondo las influencias enormes ejercidas sobre el islam por las civilizaciones antiguas y que jamás oculta por vanidad religiosa los préstamos cuantiosos que los filósofos musulmanes tomaron de la ciencia helénica, de la egipcia y de la persa, al estudiar los orígenes de la filosofía de su pa­tria, con un cariño y detención no comunes, traza este seco bosquejo:

«En los primeros tiempos, España estuvo vacía de ciencia; ninguno de sus naturales se hizo célebre por este tí­tulo. Sólo hay memoria de que existían, en algunas regiones, antiguos talismanes, obra de los reyes cristianos, según se creía unánimemente ..... Y así continuó, falta de estudios filosó­ficos, hasta que la conquistaron los muslimes.»
Y añade que, después de la conquista, tampoco hubo filósofos y hombres de ciencia hasta muy entrado el siglo III de la Hégira.
Los nombres de Séneca o de San Isidoro, glorias de la España anteislámica, le son en absoluto desconocidos, cuando tan al pormenor conocía, no sólo los nombres, sino las obras y las ideas de los sabios griegos, persas ó cristianos, extraños á su patria y a su religión. El cordobés Abenházam, eruditísimo historiador de las religiones, que dominaba como pocos la literatura bíblica cristiana y que parece más enterado que otros de las doctrinas de la iglesia española, sólo cita una vez a San Julián, y la falsedad de la cita denuncia que no cono­cía sus obras; en cambio le eran familiares los nombres de teólogos cristianos del Oriente . Es que la tradición indí­gena se había roto, sin empalmar con el islam.
Para mí, esta solución de continuidad tiene su principal causa en la pobreza filosófica del caudal visigodo: aquella cultura esencialmente bíblica, cuyas fuentes primordiales eran las obras de algunos Santos Padres, y que ignoraba la parte más sugestiva de la enciclopedia griega, la metafísica, no podía infundir en el islam español el espíritu filosófico que las civilizaciones siriaca, egipcia y persa transmitieron al islam oriental. Ni ¿cómo había de comunicar a los extraños lo que a los propios no pudo transmitir? Porque la literatura mozárabe, con su palpable decadencia, es un testimonio in­concuso de la pobreza filosófica de sus predecesores: en vano se buscarán en las obras de los más grandes escritores mo­zárabes el nervio dialéctico y la sutil delicadeza del análisis que brillan en la escolástica medieval; los problemas teoló­gicos se demuestran a fuerza de textos bíblicos, cuyo sentido se consulta a los Santos Padres; hasta el estilo ampuloso, re­tórico, amanerado, denuncia que aquellas obras son el fruto caduco y averiado de una civilización decadente."

sábado, 22 de febrero de 2014

Libro del mes (febrero 2014): Democracia y Totalitarismo.


El autor de este libro es Raymond Aron, filósofo y sociólogo, dedicó su vida intelectual al gran periodismo político, a la enseñanza y a los estudios filosóficos.
Esta obra es una recopilación de las clases en la Sorbona durante el curso 1957-1958.
Veamos un fragmento de la misma:

"He sugerido que la politica no sólo designaba un sector parcial del conjunto social, sino también un aspecto que abarcaba toda la colectividad. De ser así, ello parece indicar que admitimos una especie de primacía de la política. Ahora bien este curso dedicado a la política sigue a uno sobre la economía  y a otro sobre las clases sociales. ¿No resultará en consecuencia tal primacía contradictoria con el método
 seguido hasta ahora? 

En su tiempo partí de la oposición entre el pensamiento de Tocqueville y el de Marx. Tocqueville consideraba que el movimiento democrático arrastraba al conjunto de las socie­dades modernas hacia la eliminación de distinciones de status y de condición entre los individuos. Este movimiento irresistible podía conducir, según él, a dos tipos de sociedades, una igualitaria y despótica y otra igualitaria y liberal.Tocqueville nos había dado un punto de partida y allí yo me había  limitado a decir: veremos, tras estudiar el desarrollo ­de la sociedad industrial, en qué medida resulta más probable una u otra forma de sociedad. 


Marx,a su vez, buscaba en las transformaciones de la economía ­la explicación de las sociales y políticas y pensaba que las sociedades capitalistas se veían afectadas por una serie de contradicciones fundamentales y que, por consiguiente, se encaminarían hacia una explosión revolucionaria tras la cual aparecería un régimen socialista en una sociedad homogénea, una sociedad sin clases. La organización política tendería a desaparecer, ya que el Estado,  el íns­trumento de explotación de una clase por otra, se extinguiría al apagarse la distinción de clases. 
De ningún modo supuse en las obras anteriores que las transformaciones de la economía determinaban necesaria­mente la estructura social o la organización política, pero sí quise someter a la prueba de la experiencia y de la crítica la hipótesis de tal determinación unilateral. Ello suponía un orden metodológíco y no se traducía, pues, en uno. doctrinal. Sin embargo, los resultados a los que había llegado, equiva­lían en cierto sentido, a negar la teoría que se habría po­dido desprender del que había adoptado. 
Había empezado por la economía a fin de definir un cier­to tipo de sociedad, la sociedad industrial, y dejado sin res­puesta a la cuestión de si un cierto estado de desarrollo eco­nómico determinaba la relación entre las clases y la organí­zación polítíca. Ahora bien, gracias a los estudios realiza­dos en el curso de los últimos años, he podido poner de re­lieve la primacía de los fenómenos políticos en cuanto a su relación con los económicos. 
En efecto, en el origen de la sociedad industrial de tipo soviético, nos encontramos en primer lugar y ante todo con un acontecimiento, una revolución. La de 1917 ha tenido múl­tiples causas de las cuales algunas son de origen económico, pero ha contado también con un antecedente directo próxi­mo, un hecho de orden político, y es perfectamente posible abundar en este adjetivo de político, puesto que según los mismos que hicieron la revolución, las condiciones de madu­rez económica no se habían realizado todavía. 
Además, las características principales de la economía so­viética se derivan, en parte al menos, del partido y de su ideo­logía. No se puede comprender ni el tipo de planificación, ni la asignación de los recursos colectivos, ni el ritmo de crecimiento de la economía soviética, si no recordamos que todos estos fenómenos están influidos por la idea que los comunistas tienen de lo que debe ser una economía y de los fines que se proponen en todo momento: decisiones de orden político, en el sentido amplio de la palabra, puesto que se trata no solo del plan de acción de los dirigentes comunistas, sino el relativo a­ la organización de la colectividad. 
Así pues la planificación de la economía soviética es el resultado de las decisiones adoptadas por los dirigentes del partido, unas decisiones tomadas en el sistema social particular que se denomina político. La economía sovétiva depende en grado sumo tanto del régimen politico de la URSS, como de los programas de acción de cada momento de los dirigentes del partido. Esta politización de la economía soviética, esta subordinación de su estructura y funcionamiento con respecto a consideraciones políticas, prueba que el sistema económico no se ve menos influido por el político que, a la inversa, éste por aquel."

jueves, 6 de febrero de 2014

Libro del mes (enero 2014): "El desontento político".




 

Este libro  fue escrito por Edmundo Burke (1729/1797), uno de los filósofos políticos más importantes, considerado el padre del liberalismo-conservadurismo inglés. Entre sus obras más importantes destacan: Relexiones sobre la revolución francesa, Vindicación de la sociedad natural y nuestra obra que señalamos “El descontento político”.
Veamos un fragmento del libro:

 "Es empresa harto delicada examinar la causa de los desórdenes públicos. Si acaece que un hombre fracasa en tal investigación, se le tachará de débil y visionario; si toca el verdadero agravio, existe el peligro de que roce a personas de peso e importancia, que se sentirán más bien exasperadas por el descubrimiento de sus errores que agradecidas porque se les presenta ocasión de corregirlos. Si se ve obligado a censurar a los favoritos del pueblo, se le considerará instrumento del poder; si censura a quienes lo ejercen dirán de él que es un instrumento de facción. Pero hay que arriesgar algo siempre que se ejercita un deber. En los casos de tumulto y desorden nuestro derecho ha investido, en cierta medida, a todo hombre de la autoridad de un magistrado. Cuando los asuntos de la nación se encuentran en desorden, los particulares están  justificados por el espíritu de ese derecho cuando se salen un poco de su esfera normal. Gozan de un privilegio que tiene alguna mayor dignidad y efectos que la lamentación ociosa de las calamidades del país. Pueden examinarlas de cerca; pueden razonar liberalmente acerca de ellas y si tienen la fortuna de descubrir la verdadera causa de los males y de sugerir algún método probable de eliminarla, sirven ciertamente a la causa del gobierno, aunque puedan desagradar a los gobernantes del momento. El gobierno está profundamente interesado en cualquier cosa que, aunque sea a costa de una incomodidad temporal, pueda finalmente tender a componer las mentes de los súbditos y a conciliar sus afectos. No tengo nada que decir aquí acerca del valor abstracto de la voz del pueblo. Pero mientras la reputación —que es la posesión más preciosa de cada individuo— y la opinión —el gran apoyo del Estado— dependan únicamente de esa voz, no podrá ser considerada nunca como cosa de poca monta, ni para los individuos ni para el gobierno. Las naciones no se rigen primordialmente por medio de las leyes, ni mucho menos por la violencia. Cualquiera que sea la energía original que se pueda suponer en la fuerza o en las normas, la eficacia de ambas es, en realidad, meramente instrumental. Las naciones se gobiernan por los mismos métodos y siguiendo los mismos principios por los cuales un individuo sin autoridad es capaz de gobernar, a menudo, a quienes son sus iguales o sus superiores; mediante el conocimiento de su temple y una utilización juiciosa del mismo; quiero decir, cuando los asuntos públicos son dirigidos firme y tranquilamente; y cuando no, el gobierno no es otra cosa sino una continuada lucha tumultuaria entre el magistrado y la multitud, en la cual unas veces es el uno y otras el otro quien predomina; en la que alternativamente cada uno de ellos se somete y prevalece, en una serie de victorias despreciables y de sumisiones escandalosas. Por ello el temple del pueblo al que preside debería ser siempre el primer tema de estudio del hombre de Estado. Y el conocimiento de ese temple no es, en modo alguno, imposible de alcanzar, de no tener interés en ignorar lo que es su deber conocer. Quejarse de la edad en que vivimos, murmurar de los actuales poseedores del poder, añorar el pasado, concebir esperanzas extravagantes para lo porvenir, son disposiciones comunes de la mayor parte de la humanidad; son, en verdad, los efectos necesarios de la ignorancia y la ligereza del vulgo. Tales quejas y humores han existido en todos los tiempos; sin embargo, como todos los tiempos no han sido iguales, la verdadera sagacidad política se manifiesta distinguiendo aquellas quejas que caracterizan únicamente la incapacidad general de la naturaleza humana, de aquéllas que son síntomas de la destemplanza particular de nuestros aires y estación propios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Nada puede ser más antinatural que las actuales convulsiones de nuestro país, si la exposición hecha más arriba es exacta. Confieso que sólo la aceptaré con gran repugnancia y ante la coacción de pruebas claras e irrefutables; porque esa situación se resume en esta breve, pero descorazonadora proposición: "Que tenemos un ministerio muy bueno, pero que constituimos un pueblo muy malo"; que mordemos la mano que nos alimenta; que, con una locura maligna, nos oponemos a las medidas y difamamos, desagradecidos, a las personas cuyo único objetivo es nuestra paz y prosperidad. Si unos pocos libelistas insignificantes, que actúan bajo la maraña de unos políticos facciosos, sin virtud, dotes, ni carácter (así los representan constantemente esos señores) bastan para excitar a estos disturbios, tiene que estar muy pervertida la disposición de un pueblo para que puedan producirse, por tales medios, semejantes perturbaciones".

jueves, 2 de enero de 2014

Libro del mes (diciembre 2013): "Los orígenes del totalitarismo".




Este libro de Hanna Arendt (1906/1975), filósofa alemana, explica las corrientes subterráneas de la historia europea que prepararon el nacimiento del  régimen totalitario en Europa; asimismo, caracteriza las instituciones, la ideología y la práctica de los regímenes estalinista y hitleriano.

Veamos un fragmento:
"En nuestro contexto resultan de gran importancia los desarrollos registra­dos en la Unión Soviética, especialmente a partir de 1948 -el año de la mis­teriosa muerte de Zhdanov y del «affaire de Leningrado». Por vez primera después de la Gran Purga, Stalin ejecutó a gran número de altos y altísimos funcionarios, y tenemos la certeza de que estas ejecuciones fueron proyecta­das como preliminares de otra purga que alcanzaría a toda la nación. Si no hubiera sobrevenido la muerte de Stalin, esa purga habría sido desencadena­da por el «complot de los médicos». Un grupo de destacados médicos judíos fue acusado de haber conspirado para «acabar con los cuadros directivos de la URSS». Todo lo sucedido en Rusia entre 1948 y enero de 1953, fecha en que fue «descubierto» el «complot de los médicos», presenta una sorprenden­te y amenazadora semejanza con los preparativos de la Gran Purga de los años treinta: la muerte de Zhdanov y la purga de Leningrado se correspon­dían con la no menos misteriosa muerte de Kirov en 1934, que fue seguida inmediatamente por una especie de purga preparatoria de «todos los antiguos adversarios que permanecían dentro del partido». Es más, el mero conteni­do de la absurda acusación formulada contra los médicos, es decir, que pen­saban matar a todos los que ocuparan posiciones destacadas en todo el país, debió de suscitar fúnebres presentimientos en todos aquellos que estaban familiarizados con los métodos de Stalin de acusar a un enemigo ficticio del crimen que él estaba próximo a cometer. (El ejemplo mejor conocido es, des­de luego, su acusación de que Tujachevski conspiraba con Alemania, en el mismo momento en que él estudiaba la posibilidad de una alianza con los nazis.) Es obvio que quienes rodeaban a Stalin en 1952 comprendían mejor de lo que habrían podido comprender en los años treinta lo que significaban sus palabras y que la simple formulación de la acusación debió de extender el pánico entre todos los altos funcionarios del régimen. Este pánico puede se­guir siendo la explicación más plausible a la muerte de Sralin, a las misterio­sas circunstancias que la rodearon y a la rápida solidaridad de quienes ocupaban los más altos puestos del partido, notoriamente debilitados por las rivali­dades y las intrigas, durante los primeros meses de la crisis de sucesión. Por poco que sepamos, sin embargo, de los detalles de esta historia, lo que cono­cemos basta para confirmar mi convicción original de que «operaciones des­tructoras» como la Gran Purga no eran episodios aislados ni excesos del régi­men provocados por circunstancias extraordinarias, sino que constituían una institución del terror, cuya aparición se esperaba a intervalos regulares -a menos, desde luego, que cambiara la verdadera naturaleza del régimen. El nuevo elemento más dramático de esta nueva purga, que Stalin planeó en los últimos años de su vida, fue un cambio decisivo en la ideología, la introducción de la idea de una conspiración mundial judía. Durante años se habían colocado cuidadosamente los cimientos de este cambio en cierto número de procesos realizados en los países satélites -el proceso de Rajk en Hungría, el asunto de Ana Pauker en Rumanía y, en 1952, el proceso de Slansky en Checoslovaquia. En estas medidas preliminares altos funcionarios del partido fueron singularizados por su procedencia de la «burguesía judía» y acusados de sionismo; esta acusación fue transformada gradualmente para poder implicar en ella a entidades no sionistas (especialmente al «American Jewish Joint Distribution Committee»), con objeto de indicar que todos los judíos eran sionistas y todos los grupos sionistas «mercenarios del imperialis­mo arnericanos ". No había, desde luego, nada nuevo en el crimen del «sio­nismo», pero a medida que la campaña progresaba y comenzó a centrarse en los judíos de la Unión Soviética, se produjo otro cambio significativo: los ju­díos, más que de sionismo, eran ahora acusados de «cosmopolitismo», y la trama de las acusaciones surgida de este eslogan siguió aún más de cerca el modelo nazi de una conspiración mundial de los judíos en el sentido de los Sabios de Sión. Entonces se hizo asombrosamente evidente cuán profunda debía de haber sido la impresión que en Stalin hizo este punto crucial de la ideología nazi -y cuyos primeros indicios se tornaron visibles tras el pacto Hider-Stalin-, en parte, en realidad, por su obvio valor propagandístico tanto en Rusia como en todos los países satélites, donde estaban muy exten­didos los sentimientos antijudíos y donde la propaganda antijudía había dis­frutado siempre de una gran popularidad, pero en parte también porque este tipo de ficticia conspiración mundial proporcionaba una justificación ideoló­gicamente más conveniente a las reivindicaciones totalitarias de dominación mundial que las que pudieran dar Wall Street, el capitalismo o el imperialis­mo. La franca y descarada adopción de lo que se había convertido para todo el mundo en el más destacado símbolo del nazismo fue el último cumplido a su difunto colega y rival en la dominación total, con el que, con gran disgus­to por su parte, no había sido capaz de establecer un acuerdo duradero".