domingo, 1 de agosto de 2010

Libro del mes(agosto 2010):Dios en el pensamiento hispano del siglo XX.

El libro es obra de un grupo de pensadores que han colaborado entre sí y han sido coordinados por José Luís Cabria y Juana Sánchez Gey.

La secreta intención de esta gran obra es invitar a pensar y pensar sobre Dios, porque como dicen los autores, en definitiva nos ayudaría a vehicular un modo de ser y un modo de vivir más humanos. Dios es un tema vitalmente importante, e imprescindible, sin duda alguna.
Leamos un fragmento del libro:

“Tras el 11 de Septiembre y aprovechando su río revuelto, se desencadena una campaña interesada en declarar a los cuatro vientos que las religiones son la principal causa y fuente de los conflictos y males padecidos por el mundo (v.gr., Sarama­go adoctrina: la fe en Dios es una invitación a la violencia), que por tanto hay que eliminarlas yendo a su foco o raíz, que es Dios. Se trata de eclipsarle y borrarle del horizonte, desalojarle del mundo, de entre nosotros, que de una vez se haga real su profeti­zada muerte (Nietzsche).

Tal embaucamiento tendrá como vícti­mas a pobres incautos, crédulos, que con no demasiado esfuerzo podrían desenmascarar el gratuito prejuicio. El conjunto de la so­ciedad, sin embargo, lejos de sucumbir a la red o anzuelo de los pescadores, habrá aprendido de la historia justamente la lección opuesta, que no puede haber seria contención del mal, ni paz (el vocablo Dios, racionalmente purificado, es un imperativo de paz), ni posible humanismo (serenidad y equilibrio psicológico a nivel individual, solidaridad, orden, cohesión y desarrollo en el social) sin un teísmo de base, sin una religión sana y razonable como soporte. Es premisa "sine qua non"..

Con tantos siglos a su espalda la Humanidad conoce sobrada­mente este proceso inexorable: la desaparición de Dios conlleva necesariamente la aparición de ídolos sustitutos (fetiches, fantas­mas) que se enseñorean de la existencia, causando primero un empobrecimiento general del hombre y por fin su aniquilación. Sin la conciencia de Dios todo está permitido, se sigue inevita­blemente el nihilismo, nada vale nada, todo da igual, no hay dis­tinción entre lo bueno y lo malo éticamente. El radical relativis­mo postmodemo, su falta de referentes, criterios y medidas explica gran número de existencias erráticas, desajustadas y des­estructuradas. Si llegara a olvidarse completamente de Dios, lo cual de momento es simple hipótesis de futuro, el hombre se ha­bría convertido en un animal ingenioso, habría involucionado en la escala de vivientes hacia un estadio prehumano, incapaz ya de interrogarse sobre el todo y su sentido. Nos interesa absoluta­mente que dicha hipótesis no llegue a verificarse, sería lo peor que nos aconteciera, ni siquiera podríamos ya ser conscientes de ello para lamentarlo, al carecer de la antigua dignidad -siempre amenazada-. Por nada del mundo tendríamos que vemos empla­zados ante tal estado de cosas.


Sin Dios como norte, fondo y quicio, la Humanidad queda desnortada, desfondada y desquiciada. La «muerte de Dios» arras­tra consigo el derrumbe de los pilares -valores- sobre los que se asienta el edificio de la convivencia: verdad, sentido, justicia, res­peto, libertad, esperanza ... , o sea, desemboca en la muerte del hombre. Ese es el drama. Sin Dios la certeza y verdad del cono­cimiento son infundables, quedan suspendidas, en el aire (Des­cartes), la injusticia y el mal sin respuesta, el comportamiento éti­co-moral sin una roca inconmovible donde anclarse (Kant), el hombre es una inútil pasión de felicidad (Sartre), no hay funda­mento para el ser ni para el saber ni para el derecho ni para la li­bertad, que no pueden sostenerse en sí mismos o por sí solos.