El libro es obra de un grupo de pensadores que han colaborado entre sí y han sido coordinados por José Luís Cabria y Juana Sánchez Gey.
La secreta intención de esta gran obra es invitar a pensar y pensar sobre Dios, porque como dicen los autores, en definitiva nos ayudaría a vehicular un modo de ser y un modo de vivir más humanos. Dios es un tema vitalmente importante, e imprescindible, sin duda alguna.
La secreta intención de esta gran obra es invitar a pensar y pensar sobre Dios, porque como dicen los autores, en definitiva nos ayudaría a vehicular un modo de ser y un modo de vivir más humanos. Dios es un tema vitalmente importante, e imprescindible, sin duda alguna.
Leamos un fragmento del libro:
“Tras el 11 de Septiembre y aprovechando su río revuelto, se desencadena una campaña interesada en declarar a los cuatro vientos que las religiones son la principal causa y fuente de los conflictos y males padecidos por el mundo (v.gr., Saramago adoctrina: la fe en Dios es una invitación a la violencia), que por tanto hay que eliminarlas yendo a su foco o raíz, que es Dios. Se trata de eclipsarle y borrarle del horizonte, desalojarle del mundo, de entre nosotros, que de una vez se haga real su profetizada muerte (Nietzsche).
Tal embaucamiento tendrá como víctimas a pobres incautos, crédulos, que con no demasiado esfuerzo podrían desenmascarar el gratuito prejuicio. El conjunto de la sociedad, sin embargo, lejos de sucumbir a la red o anzuelo de los pescadores, habrá aprendido de la historia justamente la lección opuesta, que no puede haber seria contención del mal, ni paz (el vocablo Dios, racionalmente purificado, es un imperativo de paz), ni posible humanismo (serenidad y equilibrio psicológico a nivel individual, solidaridad, orden, cohesión y desarrollo en el social) sin un teísmo de base, sin una religión sana y razonable como soporte. Es premisa "sine qua non"..
Con tantos siglos a su espalda la Humanidad conoce sobradamente este proceso inexorable: la desaparición de Dios conlleva necesariamente la aparición de ídolos sustitutos (fetiches, fantasmas) que se enseñorean de la existencia, causando primero un empobrecimiento general del hombre y por fin su aniquilación. Sin la conciencia de Dios todo está permitido, se sigue inevitablemente el nihilismo, nada vale nada, todo da igual, no hay distinción entre lo bueno y lo malo éticamente. El radical relativismo postmodemo, su falta de referentes, criterios y medidas explica gran número de existencias erráticas, desajustadas y desestructuradas. Si llegara a olvidarse completamente de Dios, lo cual de momento es simple hipótesis de futuro, el hombre se habría convertido en un animal ingenioso, habría involucionado en la escala de vivientes hacia un estadio prehumano, incapaz ya de interrogarse sobre el todo y su sentido. Nos interesa absolutamente que dicha hipótesis no llegue a verificarse, sería lo peor que nos aconteciera, ni siquiera podríamos ya ser conscientes de ello para lamentarlo, al carecer de la antigua dignidad -siempre amenazada-. Por nada del mundo tendríamos que vemos emplazados ante tal estado de cosas.
Sin Dios como norte, fondo y quicio, la Humanidad queda desnortada, desfondada y desquiciada. La «muerte de Dios» arrastra consigo el derrumbe de los pilares -valores- sobre los que se asienta el edificio de la convivencia: verdad, sentido, justicia, respeto, libertad, esperanza ... , o sea, desemboca en la muerte del hombre. Ese es el drama. Sin Dios la certeza y verdad del conocimiento son infundables, quedan suspendidas, en el aire (Descartes), la injusticia y el mal sin respuesta, el comportamiento ético-moral sin una roca inconmovible donde anclarse (Kant), el hombre es una inútil pasión de felicidad (Sartre), no hay fundamento para el ser ni para el saber ni para el derecho ni para la libertad, que no pueden sostenerse en sí mismos o por sí solos.