sábado, 22 de febrero de 2014

Libro del mes (febrero 2014): Democracia y Totalitarismo.


El autor de este libro es Raymond Aron, filósofo y sociólogo, dedicó su vida intelectual al gran periodismo político, a la enseñanza y a los estudios filosóficos.
Esta obra es una recopilación de las clases en la Sorbona durante el curso 1957-1958.
Veamos un fragmento de la misma:

"He sugerido que la politica no sólo designaba un sector parcial del conjunto social, sino también un aspecto que abarcaba toda la colectividad. De ser así, ello parece indicar que admitimos una especie de primacía de la política. Ahora bien este curso dedicado a la política sigue a uno sobre la economía  y a otro sobre las clases sociales. ¿No resultará en consecuencia tal primacía contradictoria con el método
 seguido hasta ahora? 

En su tiempo partí de la oposición entre el pensamiento de Tocqueville y el de Marx. Tocqueville consideraba que el movimiento democrático arrastraba al conjunto de las socie­dades modernas hacia la eliminación de distinciones de status y de condición entre los individuos. Este movimiento irresistible podía conducir, según él, a dos tipos de sociedades, una igualitaria y despótica y otra igualitaria y liberal.Tocqueville nos había dado un punto de partida y allí yo me había  limitado a decir: veremos, tras estudiar el desarrollo ­de la sociedad industrial, en qué medida resulta más probable una u otra forma de sociedad. 


Marx,a su vez, buscaba en las transformaciones de la economía ­la explicación de las sociales y políticas y pensaba que las sociedades capitalistas se veían afectadas por una serie de contradicciones fundamentales y que, por consiguiente, se encaminarían hacia una explosión revolucionaria tras la cual aparecería un régimen socialista en una sociedad homogénea, una sociedad sin clases. La organización política tendería a desaparecer, ya que el Estado,  el íns­trumento de explotación de una clase por otra, se extinguiría al apagarse la distinción de clases. 
De ningún modo supuse en las obras anteriores que las transformaciones de la economía determinaban necesaria­mente la estructura social o la organización política, pero sí quise someter a la prueba de la experiencia y de la crítica la hipótesis de tal determinación unilateral. Ello suponía un orden metodológíco y no se traducía, pues, en uno. doctrinal. Sin embargo, los resultados a los que había llegado, equiva­lían en cierto sentido, a negar la teoría que se habría po­dido desprender del que había adoptado. 
Había empezado por la economía a fin de definir un cier­to tipo de sociedad, la sociedad industrial, y dejado sin res­puesta a la cuestión de si un cierto estado de desarrollo eco­nómico determinaba la relación entre las clases y la organí­zación polítíca. Ahora bien, gracias a los estudios realiza­dos en el curso de los últimos años, he podido poner de re­lieve la primacía de los fenómenos políticos en cuanto a su relación con los económicos. 
En efecto, en el origen de la sociedad industrial de tipo soviético, nos encontramos en primer lugar y ante todo con un acontecimiento, una revolución. La de 1917 ha tenido múl­tiples causas de las cuales algunas son de origen económico, pero ha contado también con un antecedente directo próxi­mo, un hecho de orden político, y es perfectamente posible abundar en este adjetivo de político, puesto que según los mismos que hicieron la revolución, las condiciones de madu­rez económica no se habían realizado todavía. 
Además, las características principales de la economía so­viética se derivan, en parte al menos, del partido y de su ideo­logía. No se puede comprender ni el tipo de planificación, ni la asignación de los recursos colectivos, ni el ritmo de crecimiento de la economía soviética, si no recordamos que todos estos fenómenos están influidos por la idea que los comunistas tienen de lo que debe ser una economía y de los fines que se proponen en todo momento: decisiones de orden político, en el sentido amplio de la palabra, puesto que se trata no solo del plan de acción de los dirigentes comunistas, sino el relativo a­ la organización de la colectividad. 
Así pues la planificación de la economía soviética es el resultado de las decisiones adoptadas por los dirigentes del partido, unas decisiones tomadas en el sistema social particular que se denomina político. La economía sovétiva depende en grado sumo tanto del régimen politico de la URSS, como de los programas de acción de cada momento de los dirigentes del partido. Esta politización de la economía soviética, esta subordinación de su estructura y funcionamiento con respecto a consideraciones políticas, prueba que el sistema económico no se ve menos influido por el político que, a la inversa, éste por aquel."

jueves, 6 de febrero de 2014

Libro del mes (enero 2014): "El desontento político".




 

Este libro  fue escrito por Edmundo Burke (1729/1797), uno de los filósofos políticos más importantes, considerado el padre del liberalismo-conservadurismo inglés. Entre sus obras más importantes destacan: Relexiones sobre la revolución francesa, Vindicación de la sociedad natural y nuestra obra que señalamos “El descontento político”.
Veamos un fragmento del libro:

 "Es empresa harto delicada examinar la causa de los desórdenes públicos. Si acaece que un hombre fracasa en tal investigación, se le tachará de débil y visionario; si toca el verdadero agravio, existe el peligro de que roce a personas de peso e importancia, que se sentirán más bien exasperadas por el descubrimiento de sus errores que agradecidas porque se les presenta ocasión de corregirlos. Si se ve obligado a censurar a los favoritos del pueblo, se le considerará instrumento del poder; si censura a quienes lo ejercen dirán de él que es un instrumento de facción. Pero hay que arriesgar algo siempre que se ejercita un deber. En los casos de tumulto y desorden nuestro derecho ha investido, en cierta medida, a todo hombre de la autoridad de un magistrado. Cuando los asuntos de la nación se encuentran en desorden, los particulares están  justificados por el espíritu de ese derecho cuando se salen un poco de su esfera normal. Gozan de un privilegio que tiene alguna mayor dignidad y efectos que la lamentación ociosa de las calamidades del país. Pueden examinarlas de cerca; pueden razonar liberalmente acerca de ellas y si tienen la fortuna de descubrir la verdadera causa de los males y de sugerir algún método probable de eliminarla, sirven ciertamente a la causa del gobierno, aunque puedan desagradar a los gobernantes del momento. El gobierno está profundamente interesado en cualquier cosa que, aunque sea a costa de una incomodidad temporal, pueda finalmente tender a componer las mentes de los súbditos y a conciliar sus afectos. No tengo nada que decir aquí acerca del valor abstracto de la voz del pueblo. Pero mientras la reputación —que es la posesión más preciosa de cada individuo— y la opinión —el gran apoyo del Estado— dependan únicamente de esa voz, no podrá ser considerada nunca como cosa de poca monta, ni para los individuos ni para el gobierno. Las naciones no se rigen primordialmente por medio de las leyes, ni mucho menos por la violencia. Cualquiera que sea la energía original que se pueda suponer en la fuerza o en las normas, la eficacia de ambas es, en realidad, meramente instrumental. Las naciones se gobiernan por los mismos métodos y siguiendo los mismos principios por los cuales un individuo sin autoridad es capaz de gobernar, a menudo, a quienes son sus iguales o sus superiores; mediante el conocimiento de su temple y una utilización juiciosa del mismo; quiero decir, cuando los asuntos públicos son dirigidos firme y tranquilamente; y cuando no, el gobierno no es otra cosa sino una continuada lucha tumultuaria entre el magistrado y la multitud, en la cual unas veces es el uno y otras el otro quien predomina; en la que alternativamente cada uno de ellos se somete y prevalece, en una serie de victorias despreciables y de sumisiones escandalosas. Por ello el temple del pueblo al que preside debería ser siempre el primer tema de estudio del hombre de Estado. Y el conocimiento de ese temple no es, en modo alguno, imposible de alcanzar, de no tener interés en ignorar lo que es su deber conocer. Quejarse de la edad en que vivimos, murmurar de los actuales poseedores del poder, añorar el pasado, concebir esperanzas extravagantes para lo porvenir, son disposiciones comunes de la mayor parte de la humanidad; son, en verdad, los efectos necesarios de la ignorancia y la ligereza del vulgo. Tales quejas y humores han existido en todos los tiempos; sin embargo, como todos los tiempos no han sido iguales, la verdadera sagacidad política se manifiesta distinguiendo aquellas quejas que caracterizan únicamente la incapacidad general de la naturaleza humana, de aquéllas que son síntomas de la destemplanza particular de nuestros aires y estación propios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Nada puede ser más antinatural que las actuales convulsiones de nuestro país, si la exposición hecha más arriba es exacta. Confieso que sólo la aceptaré con gran repugnancia y ante la coacción de pruebas claras e irrefutables; porque esa situación se resume en esta breve, pero descorazonadora proposición: "Que tenemos un ministerio muy bueno, pero que constituimos un pueblo muy malo"; que mordemos la mano que nos alimenta; que, con una locura maligna, nos oponemos a las medidas y difamamos, desagradecidos, a las personas cuyo único objetivo es nuestra paz y prosperidad. Si unos pocos libelistas insignificantes, que actúan bajo la maraña de unos políticos facciosos, sin virtud, dotes, ni carácter (así los representan constantemente esos señores) bastan para excitar a estos disturbios, tiene que estar muy pervertida la disposición de un pueblo para que puedan producirse, por tales medios, semejantes perturbaciones".