jueves, 21 de julio de 2011

Libro del mes: Jesús de Nazaret (1º Tomo). (agosto 2011)

Este libro del Papa Benedicto XVI, nos acerca a la figura de Jesuscristo no solamente desde un punto de vista histórico, sino también desde la figura de Jesucristo como hijo de Dios. Está claro, como afirma el Papa, que sin las dos dimensiones no podemos entender la figura de Jesucristo, y lo que es más importante para los alumnos de Bachillerato, encontrar en esa figura la contestación a los problemas metafísicos que en este curso se abordan: el mal, la muerte, la persona humana.
El bagaje de nuestra cultura religiosa occidental ( la figura de Jesucristo) nos permite profundizar en la dimensión trascendente de la persona humana. Veamos algún fragmento de este libro.



"Juan caracteriza a la «bestia» que vio «salir del mar», de los oscuros abis­mos del mal, con los distintivos del poder político ro­mano, dando así una forma muy concreta a la amena­za que los cristianos de aquel tiempo veían venir sobre ellos: el derecho total sobre la persona que era reivin­dicado mediante el culto al emperador, y que llevaba al poder político-militar-económico al sumo grado de un poder ilimitado y exclusivo, a la expresión del mal que amenaza con devorarnos. A esto se unía una dis­gregación del orden moral mediante una forma cínica de escepticismo y de racionalismo. Ante esta amena­za, el cristiano en tiempo de la persecución invoca al Señor, la única fuerza que puede salvado: redímenos, líbranos del mal. Aunque ya no existen el imperio romano y sus ideolo­gías, ¡qué actual resulta todo esto! También hoy apa­recen, por un lado, los poderes del mercado, del tráfi­co de armas, de drogas y de personas, que son un lastre para el mundo y arrastran a la humanidad hacia ata­duras de las que no nos podemos librar. Por otro lado, también se presenta hoy la ideología del éxito, del bienestar, que nos dice: Dios es tan sólo una ficción, só­lo nos hace perder tiempo y nos quita el placer de vivir. ¡No te ocupes de Él! ¡Intenta sólo disfrutar de la vida todo lo que puedas! También estas tentaciones pa­recen irresistibles. El Padrenuestro en su conjunto, y esta petición en concreto, nos quieren decir: cuando hayas perdido a Dios, te habrás perdido a ti mismo; entonces serás tan sólo un producto casual de la evolu­ción, entonces habrá triunfado realmente el «dragón». Pero mientras éste no te pueda arrancar a Dios, a pesar de todas las desventuras que te amenazan, permanece­rás aún íntimamente sano. Es correcto, pues, que la tra­ducción diga: líbranos del mal. Los males pueden ser necesarios para nuestra purificación, pero el mal des­truye. Por eso pedimos desde lo más hondo que no se nos arranque la fe que nos permite ver a Dios, que nos une a Cristo. Pedimos que, por los bienes, no perda­mos el Bien mismo; y que tampoco en la pérdida de bienes se pierda para nosotros el Bien, Dios; que no nos perdamos nosotros: ¡líbranos del mal!

De nuevo Cipriano, el obispo mártir que tuvo que sufrir en su carne la situación descrita en el Apocalip­sis, dice con palabras espléndidas: «Cuando decimos "líbranos del mal" no queda nada más que pudiéra­mos pedir. Una vez que hemos obtenido la protec­ción pedida contra el mal, estamos seguros y protegi­dos de todo lo que el mundo y el demonio puedan hacemos. ¿Qué temor puede acechar en el mundo a aquel cuyo protector en el mundo es Dios mismo?» (De domo OY., 27). Los mártires poseían esa certeza, que les sostenía, les hacía estar alegres y sentirse seguros en un mundo lleno de calamidades; los ha «librado» en lo más profundo, les ha liberado para la verdadera li­bertad. Es la misma confianza que san Pablo expresó tan maravillosamente con las palabras: «Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? .. ¿Quién po­drá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el pe­ligro, la espada? .. Pero en todo esto venceremos fácil­mente por aquel que nos ha amado. Pues estoy conven­cido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profun­didad, ni criatura alguna, podrá apartamos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8, 31-39). Por tanto, con la última petición volvemos a las tres primeras: al pedir que se nos libere del poder del mal, pedimos en última instancia el Reino de Dios, identi­ficamos con su voluntad, la santificación de su nom­bre. Pero los orantes de todos los tiempos han inter­pretado la petición en sentido más amplio. En las tribulaciones del mundo pedían también a Dios que pusiera límites a los «males» que asolan el mundo y nuestra vida. Esta forma tan humana de interpretar la petición se ha introducido en la liturgia: en todas las liturgias, a ex­cepción de la bizantina, se amplía la última petición del Padrenuestro con una oración particular que en la li­turgia romana antigua rezaba: «Líbranos, Señor, de todos los males, pasados, presentes y futuros. Por la in­tercesión ... de todos los santos danos la paz en nues­tros días, para que, ayudados por tu misericordia, viva­mos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación ... ». Se percibe el eco de las penurias de los tiempos agitados, el grito pidiendo salvación com­pleta. Este «embolismo» con el que se refuerza en la liturgia la última petición del Padrenuestro muestra el aspecto humano de la Iglesia. Sí, podemos, debemos pedir al Señor que libere también al mundo, a nosotros mismos y a muchos hombres y pueblos que sufren, de todos los males que hacen la vida casi insoportable.

También podemos y debemos aplicar esta amplia­ción de la última petición del Padrenuestro a nosotros mismos como examen de conciencia, como exhorta­ción a colaborar para que se ponga fin a la prepoten­cia del «mal». Pero con ello no debemos perder de vista la auténtica jerarquía de los bienes y la relación de los males con el Mal por excelencia; nuestra peti­ción no puede caer en la superficialidad: también en es­ta interpretación de la petición del Padrenuestro sigue siendo crucial «que seamos liberados de los pecados», que reconozcamos «el Mal» como la verdadera adver­sidad y que nunca se nos impida mirar al Dios vivo".

jueves, 7 de julio de 2011

Revista Acontecimiento. 2º Trimestre de año 2011.

Com sabéis, nuestro departamento de Filosofía recibe trimestralmente la revista "Acontecimiento", canal importante del movimiento personalista llevado en España magistralmente por Carlos Díaz.
Muchas veces hemos comentado sus artículos en clase, pero ahora vamos a tenerla en nuestro blog, como un epígrafe más.Todos los trimestres reproduciremos un artículo que nos servirá en el curso de comentario y debate.

Espero que os guste.


LA FUNCIÓN SOCIAL DE LA CIENCIA Y DE LA TÉCNICA

Las civilizaciones clásicas- griega y romana- tenían, mayoritaria­mente, una postura favorable ha­cia la técnica, aun con importantes salvedades, como las de los cínicos o Séneca, para quien los avances tecno­lógicos podían fomentar la pereza y la auto-complacencia.
Son varios los mitos griegos rela­cionados con la aparición de la técni­ca, ligados a dioses como Atenea, He­festo, Prometeo, o con héroes como Dédalo. De entre ellos, para lo que aquí nos atañe, el más interesante es el mito platónico del origen de la civili­zación en el diálogo de Protágoras. Cuando los dioses decidieron crear a los hombres -moldeados con una mezcla de tierra y fuego-, al mismo tiempo que a los animales, encarga­ron al titán Prometeo y a Epimeteo la distribución de capacidades entre las distintas especies. De esta labor se ocupó primeramente Epimeteo, con­cediendo a unas especies velocidad, a otras fortaleza, etc.; pero se olvidó del hombre. Cuando Prometeo se dio cuenta de lo desamparado que queda­ba el hombre frente al resto de seres, y animado por su fuerte espíritu filan­trópico, robó el fuego (téchne) para dárselo al hombre pero no sólo, sino acompañado de la «habilidad técnica» (éntechnos sophía).
El mito Prometeico de Platón nos enseña, pues, dos aspectos cruciales del sentido de la técnica:
En un pri­mer lugar, la técnica cumple un papel defensivo: nos permite sobrevivir en un mundo en el que el ser humano no aparece especialmente dotado, en lo fisiológico, respecto de otros seres vi­vos.
En un segundo lugar, la técnica sólo nos sirve si poseemos la habilidad de usarla, digámoslo en términos mo­dernos, con la ciencia que nos propor­ciona el conocimiento para manejar­la.
La fábula no acaba aquí. Los hom­bres, en posesión de la técnica, empe­zaron a organizarse en ciudades, pero en ellas reinaba la injusticia ya que ca­recían del «sentido moral y la justicia» (aidós y díke). Por lo que, para evitar su destrucción, Zeus les mandó, por medio del mensajero Hermes, la «ha­bilidad política» (politiké téchne). Si la técnica es una herramienta inútil sin la ciencia, la ciencia y la técnica, sin la ética, son herramientas que conducen a la destrucción. Con todo, interesa aquí, subrayar la primera enseñanza del mito: La técnica y la ciencia cum­plen una importante función social, y renunciar a este cometido sería con­denar a la humanidad al sufrimiento.
De esta postura defensiva ante la naturaleza, el devenir histórico evolu­cionaría hacia actitudes abiertamente más ofensivas. En los albores de la mo­dernidad, Francis Bacon, escribiría en su Novum Organum: «Como nuestro principal objeto es hacer servir la na­turaleza para los asuntos y necesida­des del hombre, nada más lógico que observar y contar las conquistas ya por el hombre adquiridas». El hombre ya no tiene únicamente que defender­se de la naturaleza, sino que debe con­vertirla en su sierva. Esta perspectiva es también compartida por Ortega y Gasset, para quien la técnica es «la re­forma que el hombre impone a la na­turaleza en vista de la satisfacción de sus necesidades».
Injusto sería, sin embargo, conti­nuar la crítica acerada que se ha hecho de Bacon, como fundador ideológico de los abusos tecnológicos de la mo­dernidad. Conviene recordar, en su defensa, que Bacon actuaba en reac­ción a cierto inmovilismo del pensa­miento escolástico, anquilosado en una ciencia demasiado especulativa, y poco motivada a buscar soluciones a las muchas, y legítimamente necesa­rias, necesidades materiales de los se­res humanos.
Herederos de Bacon, sus más fieles discípulos serían los marxistas. Con­viene recordar entre ellos a Iohn Des­mond Bernal (1901-1971), eminente científico, pionero en los estudios cristalográficos que dieron nacimien­to a la biología molecular, Bernal re­flexionó en profundidad sobre la acti­vidad científico-técnica. Bernal escri­bió: «En la teoría marxista, la ciencia siempre tuvo un importante lugar. El ideal de Bacon -el uso de la ciencia para el bienestar de los seres huma­nos- era de hecho uno de los princi­pios rectores del lado constructivo de la ciencia marxista»."

Bernal plantea tres fines para la ciencia: 1) la realización intelectual del científico, 2) el avance en el conoci­miento del mundo, 3) la aplicación de este conocimiento al bienestar social. Tres ámbitos, pues, de finalidad: el psicológico-personal, el epistemológi­co y el social. Partiendo de esto, Ber­nal acentuó, como obligación de su tiempo, promocionar la finalidad so­cial de la ciencia. Es, por tanto, una re-actualización del programa Baco­niano llevado hasta sus últimas conse­cuencias, ya que para Bernal «el en­tendimiento y control de la naturaleza y del hombre propiamente dicho, es meramente la expresión consciente de la tarea de la sociedad humana. Los métodos por los que esta tarea es em­prendida, aun llevados a cabo de ma­nera imperfecta, son los métodos por los que la humanidad probablemente asegure su futuro. En esta empresa la ciencia es comunismo»"
La transformación de la naturaleza y la sociedad, bajo el prisma científico, es en consecuencia, para Bernal, una tarea intrinseca de la sociedad huma­na. Bernal se plantea la sugerente pre­gunta: «¿Es mejor ser intelectualmen­te libre pero socialmente ineficiente o formar parte de un sistema donde co­nocimiento y acción se unen con una finalidad social común?
Se puede decir que el marxismo, en su materialización histórica, fallida o no, ejecutó de manera eficaz el pro­grama baconiano de dominio de la naturaleza al servicio del hombre.
Los resultados históricos son cono­cidos. Si bien el sistema soviético al­canzó grados de cultura científico-téc­nica nunca alcanzados antes en ningu­na sociedad, también fue capaz de cometer barbaridades sin parangón."

La economía capitalista, la sociedad de mercado, también ha ejecutado y transformado, a su manera, el proyecto baconiano. El principio utilitarista se ha preservado, pero la finalidad de lo útil ha mutado de las necesidades humanas a los beneficios empresariales. El dogma es el siguiente: una tecnología sólo penetra en la sociedad si es inyectada por el mercado.

Lo que ocurrió, como señala Hans Jonas es que «La profunda paradoja -no sospechada por Bacon- del po­der aportado por el saber radica en que, si bien ha conducido a algo similar a un «dominio» sobre la naturale­za (esto es, a su mayor aprovecha­miento), ha llevado, al mismo tiempo, a su completo sometimiento a sí mis­mo»."
La economía capitalista, la socie­dad de mercado, también ha ejecuta­do y transformado, a su manera, el proyecto baconiano. El principio uti­litarista se ha preservado, pero la fina­lidad de lo útil ha mutado de las ne­cesidades humanas a los beneficios empresariales. El dogma es el siguien­te: una tecnología sólo penetra en la sociedad si es inyectada por el merca­do.
Aunque la función social de la ciencia y de la técnica ha acabado de­generándose en las manifestaciones históricas tanto del comunismo como del capitalismo, ¿podemos ser tan orgullosos como para rechazada? Sin duda, la solución empieza por evitar los dos extremos del péndulo. Primero, no caer en un utilitarismo ciego de la tecno-ciencia, pero des­pués, tampoco limitar el conocimien­to científico-técnico a una mera fun­ción epistemológica y psicológica, sin dejar de estimular uno de sus fines fundamentales, que es resguardar al hombre de las inclemencias de la na­turaleza, la enfermedad y el sufri­miento. Una ciencia y técnica, por tanto, que no se olvide de curar el cáncer y de construir puentes, pero atemperada por el sentido moral y la justicia y un profundo respeto a la naturaleza.

Libro del mes (julio 2011) "La dictadura progre".

El autor de este libro:Pablo Molina ya lo conocemos por el libro publicado en agosto de 2008. Para su referencia podéis leerlo allí: (Libro del mes: agosto 2008). En este libro sigue con la misma línea de denuncia del progresismo como fenómeno contracultural y en la forma en que ha acabado destrozando la cultura y moral occidentales.Veamos un fragmento del mismo:

"El punto de unión entre el marxismo y el progresismo se encuentra en la tendencia a la utopía. El marxismo ha sido el
utopismo más exitoso en la historia, cosa que a menudo se ol­vida: en poco más de treinta años logró extenderse sobre un tercio de la humanidad y, en un período tan avanzado como los años 60, muchos políticos, intelectuales y dirigentes de la Iglesia lo veían como un fenómeno irreversible, que muy posiblemente terminaría imponiéndose en todo el mundo, y al que convenía ir adaptándose. Por experiencia propia y por una evidencia muy amplia, sé cuán difícil resulta abandonar esa especie de perturbación mental y emocional introduci­da por los utopismos, en especial el marxista, una vez ad­quirida.El iluminado tiene la impresión de conocer la receta para acabar con los males de este mundo, la cual le permite identificar perfectamente a los causantes de esos males y le hace penetrar en un mundo de comprensión y camaradería -en principio- con otras personas dedicadas a la acción por el magno objetivo de emancipar al ser humano de sus taras ancestrales.


A menudo se ha equiparado a los militantes utópicos con los creyentes religiosos y a las utopías con religiones, pero ,se trata de una similitud superficial. Lo único que tienen en común es una fe, pero, de un modo u otro, todos los huma­nos viven con alguna forma de fe, pues nuestra psique ne­cesita creer que la vida tiene un sentido, y al mismo tiempo percibe que ese sentido desborda sus capacidades intelectivas. De ahí el célebre sarcasmo de Chesterton: quien deja de creer en Dios pasa a creer en cualquier cosa. Dejémos­lo en frase ingeniosa, aunque no gratuita, como a menudo comprobamos. Fuera de eso, la fe utópica y la fe religiosa se oponen. La persona religiosa atribuye el mal - el bien-a la propia condición humana, que, de modo misterioso e inevitable le obliga al hombre a una lucha permanente contra él, empezando por su interior.
E1 utopista , como buen hijo de un racionalismo exaltado rechaza tales misterios y trata de localizar el mal, y la culpa correspondiente, en algo más tangible más manejable, más al alcance de la razón : los burgueses, los judíos, la moral tradicional,
el imperialismo, el patriarcado, más vagamente, las estructuras sociales..

Hay mucho donde elegir. Ello produce una aparente liberación psicológica y permite encauzar las energías de la per­sona contra el enemigo externo designado.

Para la moral tradicional, el enemigo es relativo, nunca pierde del todo su humanidad que lo iguala a nosotros en un sentido profundo (todos somos hijos de Dios).....

Para el utópico el enemigo,es absoluto, pierde la misma condición humana.

Lógicamente, la fe y las tradiciones religiosas constitu­yen para el utópico un enemigo fundamental, pues parten precisamente de lo que el utópico pretende eliminar: la omnipotencia divina, la cual debe dar paso a la omnipotencia humana, cuya traducción real e inevitable consiste en una pretendida omnipotencia del utópico sobre la sociedad. En nuestra época de enormes avances científicos y técnicos, pa­rece posible a muchos la omnipotencia humana, el conoci­miento y dominio de "la ciencia del bien y del mal", corno un sueño que después de milenios se está haciendo realidad. Lo explicaron muchos: Bakunin, Marx, Nietzsche ... Entonces el utópico debe borrar de la faz de la tierra, por las buenas o las malas, cuanto se oponga a esa carre­ra final hacia la omnipotencia humana. No nos sorpren­derá, por tanto, su disposición al exterminio masivo de los adversarios, incluso de los simples discrepantes, tan repetido en la historia del siglo XX. En cierto modo esto es bastante natural, pero la fuerza con que tales convic­ciones llega a hacer presa en la psique se aprecia, además, en la capacidad de sacrificio de sus creyentes. Hasta en actitudes como la de muchos comunistas hechos fusilar por Stalin que morían dando vivas a su verdugo, postura tanto más paradójica por cuanto no les quedaba siquiera el consuelo del otro mundo. Un laberinto de salida muy ardua, insisto.

Esa lógica puede justificar el genocidio de dos maneras:
1.-el enemigo también nos exterminaría a nosotros si pudiese (lu­cha de clase por ejemplo), y por ello conviene aplastarlo a él a tiempo.
2.- incluso cuando pueda hablarse de crímenes de los "nuestros", deben entenderse más bien como errores, lamentables y dorosos pero inevitables en el camino general de la emancipación del género humano: se trata de una tarea históricamente nueva y sería ingenuo esperar que en ese difícil camino todo fuesen glorias y aciertos.

En cambio, las accio­­nes del enemigo sí son crímenes por definición, pues intentan hacer retroceder la historia.

La propaganda utópica se convierte en una obsesiva acusación de genocidas a los adversarios.

Si aceptamos de principio unas cuantas premisas supues­tamente científicas del marxismo (la explotación mediante la plusvalía, la lucha de clases, el materialismo dialéctico), lo demás viene con una lógica muy fuerte y difícil de elu­dir, y la doctrina proporciona una extraordinaria fuerza para afrontar las críticas y poner a la defensiva a los adversarios intelectuales. Y también para mentir sin tasa, con la mayor audacia, como un arma más contra la reacción. Esa poten­cia ideológica llegó a desconcertar a pensadores en principio opuestos, desde economistas como Schumpeter a, repito, au­toridades eclesiales, sembrando cierto derrotismo en ellos. Si mi experiencia vale, sólo cuando puse en cuestión algunos de aquellas principios "científicos" -he escrito algún ensayo al respecto, pude hallar la salida al laberinto. Los crímenes, los errores, dejaron de parecerme fenómenos lamentables, pero secundarios, y pude verlos como consecuencia ineludi­ble de una doctrina errónea en sus mismas bases.

Por otra parte ,en la estrategia del marxismo ha desempeña­do una funciónn esencial la "lucha ideológica" y la infiltración en la universidad y entre las élite intelectuales. Su agresividad, tesón y destreza le han ganado éxitos casi inconcebibles en esos terrenos, incluso en sociedades tan resistentes al virus utópico como las anglosajonas. Gran parte de la producción in­telectual occidental, de los medios de masas, etc. sigue estando influida oscura o claramente por concepciones marxistoides y el comunismo ha terminado hundiéndose en Europa por sus contradicciones internas".