Hans Jonas (1903-1993) es un referente para los estudiosos de bioética, tecnoética y ética ecológica. Enemigo de las utopías, nos lleva a pensar los límites del poder, pues toda utopía sabe como comienza, pero no como termina y ese fin puede ser catastrófico.
Texto: Desde mediados de siglo pasado y de forma acelerada en el nuestro, vivimos un traspaso cada vez más irresistible de la teoría, por pura que sea, al campo vulgar de la práctica en forma de técnica científica. El mandato de Francis Bacon de aspirar al poder sobre la naturaleza y elevar a través de él el estado material del ser humano se ha convertido en una verdad activa por encima de todas las expectativas.
Ahora bien, quien ensalza a la ciencia por sus beneficios la expone también a la pregunta de si todas sus obras son beneficiosas. Por consiguiente, ya no es una cuestión de buena o mala ciencia, sino de buenos o malos efectos de la ciencia.
La respuesta simplista es que el investigador, dado que no tiene poder alguno sobre la aplicación de sus descubrimientos, tampoco es responsable de su abuso. El razonamiento es muy simple. Los problemas de conciencia de los investigadores atómicos después de Hiroshima apuntan a ello. No sólo los límites entre teoría y práctica se han vuelto imprecisos, sino que ambos están fundidos entre sí, de forma que la coartada de la teoría pura y con ella la inmunidad moral que permitía, ya no existe.
El problema es que la pura economía de los avances técnicos exige la colaboración del Estado, su padrinazgo. Así, reina el puro entendimiento: de forma abierta, el valor de uso esperado se alega en la solicitud de subvención como fundamento de su recomendación, o se especifica directamente como fin en su ofrecimiento. En resume, se ha llegado a que las tareas de la ciencia sean determinadas cada vez más por intereses externos, con lo cual desaparece más la coartada de la teoría pura y desinteresada y la ciencia entra de lleno al reino de la acción social, donde todo el mundo tiene que responder de sus actos. Máxime en la acción técnica aplicada a la vida y a la manipulación genética.
La comunidad investigadora tomó conciencia de lo inusual y amenazador de la acción iniciada en este último terreno de la vida y guardó un moratoria para estudiar y examinar los riesgos. Pero, desde hace poco, la preocupación se ha evaporado de los portavoces de la ciencia...era exagerada, se dicen a sí mismos y al público....y además entretanto la técnica ha pasado ya a manos comerciales e industriales, menos sensibles a los escrúpulos de los delicados científicos. Más exactamente: científicos menos delicados se han convertido en empresarios para la distribución lucrativa de los productos de su investigación.
No es posible prever qué arbitrario camino tomarán estos recién llegados al ecosistema, mediante qué mutaciones propias podrán sustraerse al previsto control biológico.
Lo que digo es que el bien público al que afecta tiene que tener voz en él....desde fuera, si es necesario, desde dentro, desde la conciencia del propio investigador, si es posible.
En conjunto, hemos de confesar para terminar que el problema de cómo responder a la enorme responsabilidad que el casi irresistible progreso científico-técnico deposita tanto sobre sus titulares como sobre la mayoría que lo disfruta o sufre sigue sin estar resuelto, y que los caminos para su solución están en sombras. Sólo los inicios de una nueva conciencia que, aún parpadeante, acaba de despertar de la euforia de las grandes victorias a la dura luz diurna de sus riesgos, y aprendan nuevamente a temer y a temblar, permiten la esperanza de que nos impongamos voluntariamente barreras de responsabilidad y no permitamos a nuestro tan acrecido poder dominarnos por último a nosotros mismos (o a los que vengan detrás de nosotros).