domingo, 20 de octubre de 2013

21º Comentario de Filosofía: "EL «HEMBRISMO»: ¿PRÁXIS O VULGATA DE LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO?




Destacábamos, en el apartado anterior (comentario 20º), cómo se pretende eliminar la dialéctica relación de injusticia estructural «ma­chista», volcándola en otra de carácter simétrico y «hembris­ta». Pero, esta afirmación que aparenta ser un mero enuncia­do teórico, se ha implantado, por medio de diversas técnicas en la sociedad, alcanzando rango de costumbre. Describamos algunos rasgos de este ambiente cultural y costumbrista que ya anticipábamos al describir la postergación de la figura del padre y las quiebras sociales provocadas desde la agenda de género. 
Desde unos pocos años atrás, algunas conocidas periodis­tas, junto a otras mujeres relevantes en la vida pública es­pañola, desplegaron una análoga actitud vital que devino en auténtica «moda»: la extensión, por no calificar de auténtica «plaga», presentada como modélica, de familias monoparen­tales. Por medio de la adopción internacional, la inseminación artificial, o la concepción natural (aportada por un descono­cido, al menos para el hijo concebido), reivindicaron un su­puesto «derecho a los hijos» como vía de desarrollo personal y afirmación social; negando que sean los hijos quienes tienen derecho a unos padres: es decir, a un padre y a una madre. La lista de tales protagonistas es pública y ya muy extensa; y de ser «privilegio» de unas pocas mujeres de las elites, se ha convertido en una práctica muy extendida, percibiéndose ya, a nivel popular, como un verdadero «derecho subjetivo». 
Lejos estábamos, ya, de la estigmatización social a la que se sometía a las llamadas madres solteras y sus hijos. Por el contrario, estas mujeres se presentaban -y se promocionaba unánimemente desde los medios de comunicación- como pa­radigmas de la independencia, determinación, valentía, luci­dez ... Unas mujeres admirables «peleando por sobrevivir en un mundo hostil dominado por los machos». 
No importaba, después, que fueran jóvenes au paire  extran­jeras las que educaran a esas criaturas; no en vano, los hora­rios de una comprometida y pletórica vida profesional y social no permitían a estas aventureras otras fórmulas alternativas de conciliación de la vida familiar y laboral. Y, por supuesto, en toda celebración familiar y social lucirían a sus criaturas engalanadas para la ocasión, con ropas de capricho y marca, colores y lazos de moda, dedicándoles mimos y zalamerías múltiples. Después, ¡cómo poder jugar con su hijo!, no en vano el tiempo es escaso y hay que administrado sabiamente. Lo primero es lo primero: «yo misma». 
La que antaño era una situación dramática, se había con­vertido en modelo de virtudes y vanguardia del cambio social en ciernes. 
Otra curiosa circunstancia concurría en este tipo de situa­ciones. Los hijos de estas mujeres «todo-terreno», casi siempre eran ... niñas. ¿Una simple casualidad? Efectivamente, resca­tar niñas de sus respectivos países de origen (China, India ... ), evitándoles una vida de miserias y, seguramente también, de abusos de todo tipo, es muy loable. Pero nunca hemos encon­trado a estas mujeres en las denuncias contra el genocidio de niñas por la vía del aborto selectivo que se viene perpetrando en esos mismos países. Lo olvidábamos: «nosotras parimos, nosotros decidimos». 
Pero, ¿por qué ese aparente empeño en edificar sus familias excluyendo conscientemente a los varones? Indudablemente, cada caso es único. Pero no impide el que se intente extraer algunas posibles conclusiones desde un contexto más amplio. 
Este modelo de familia monoparental encaja perfectamente, al igual que otros fenómenos, en la agenda de género. Así lo contextualiza el escritor José Javier Esparza: «La destruc­ción de la figura del padre es un viejo propósito de todas las ideologías que desde el último siglo están intentando derribar los últimos vestigios de la sociedad tradicional, natural, para edificar una sociedad nueva, esa sociedad de tipo nihilista que hoy se extiende por todas partes. La destrucción de la figura del padre es uno de los pasos fundamentales de la ingeniería social autodenominada "progresista" y de la ideología "de gé­nero". 

Para muchas feministas radicales -que desde algunos me­dios nutridos de varones «postergados» se les denomina «fe­minazis»-, el hombre -todo hombre- es sospechoso de posibles y casi seguras actitudes brutales y violentas. Desde su mirada, la mujer debe rectificar la evolución social e histórica median­te un hito que establezca un antes y un después. La sociedad patriarcal y machista es el pasado y a la mujer le correspon­der diseñar el futuro. Por ello, el hombre -los hombres- es el inmerecido y brutal beneficiario de un pasado a arrasar por la vanguardia de la «nueva mujer»; cumbre y auto conciencia del desarrollo humano. 

De este modo, la eclosión de esos nuevos modelos de agre­gación parafamiliar (homosexuales con hijos biológicos o adoptados, monoparentales encabezadas por mujeres, etc.), apuntalaría al ultrafeminismo en marcha y, por el contrario, debilitaría al machismo encarnado en la «familia tradicional». Ahí se enmarca ese fenómeno con el que iniciábamos este apar­tado y que asimila a ese presunto machismo con las figuras «tradicionales» del padre y de la madre en su roles naturales; tal y como sintetiza Esparza en el mencionado texto: «Donde la figura de la madre encarna el amor y la ternura, la del padre debe encarnar el deber, el orden, lo que hay que hacer para que la sociedad funcione. Por decirlo en términos muy simples: la 
madre cría al hijo y el padre lo orienta a la vida adulta. Eso no quiere decir que el padre no ame, al revés: nada de eso funciona sin amor. Pero sí quiere decir que la madre tiene una función y el padre tiene otra. Que el papá no puede ser una mamá su­plementaria ni un colega del hijo». Una estructura natural, y de una experiencia humana varias veces milenaria, preciada he­rencia de los ancestros, a destruir por unas ultrafeministas en acción movidas por el desamor, el odio ... y la ideología. 
El aborto y la anticoncepción, entendidos como herramien­tas que desplazan el poder en el seno de la pareja a la mujer, son otros de esos instrumentos que han contribuido al cambio de roles; junto a la incorporación de la mujer al mundo laboral, empresarial, político ... El divorcio «exprés», la «discriminación positiva», siempre en beneficio de mujeres, la legislación contra la violencia de género, etc., también se diseñaron con análo­gas finalidades: la destrucción de la familia y la segregación del varón-padre. 
No obstante, este feminismo que se ha movilizado activa­mente para transformar la sociedad, desde todos los frentes, se presenta a sí mismo como «de la igualdad». Pero, ¿realmente persigue la igualdad o una nueva supremacía sexual? ¿No incu­rre en los mismos defectos que denuncia del «machismo» con el agravante de violentar a la naturaleza misma? 
Es cada vez más evidente que las feministas radicales y sus aliados, han propiciado ciertos fenómenos cuanto menos para­dójicos en una sociedad pretendidamente democrática y avan­zada. El primero de ellos: la desigualdad jurídica. Hombres y mujeres ya no son iguales ... , ni en sus derechos, ni en sus debe­res. Así, en España y desde la práctica penal, la presunción de inocencia en el varón ha sido destruida. Y, cuando nos referi­mos a la educación y custodia de los hijos, es pública y notoria la presunción en favor de la mujer: la madre, por definición, es cbuena madre». De tener alguna pretensión, el padre, tendrá que demostrar que está hipercapacitado y que la madre no lo está en absoluto. Esas mujeres a las que nos referíamos al principio, han construido su mundo inmediato a su imagen y se­mejanza. Un mundo de mujeres en el que, a modo de colmena, los hombres que se adapten, cumplirían el papel de zánganos y ellas ... el de reinas. Una sociedad machista pero a la inversa: hembrista, pues; pero contraria al sentido común y a la misma naturaleza. 
El cambio ha sido tan profundo que ha transformado ex­presiones tan espontáneas y costumbristas como el mismísimo sentido del humor. Si antaño, los chistes machistas ridiculiza­ban tradicionales roles y comportamientos femeninos, hoy ta­les manifestaciones suponen la reprobación general. Por el con­trario, el acompañamiento coreo gráfico al creciente repertorio humorístico feminista -con las inevitables enseñanzas de que las mujeres están capacitadas para hacer perfectamente dos o más funciones, ante la incapacidad varonil para ello, por ejem­plo- implica modernidad, progresismo, apertura intelectual. 
Este hembrismo cotidiano, práctica común de una ideología muy elaborada, ha dividido el mundo en buenos y malos. Las mujeres sumarían todas las virtudes: intuitivas, transmisoras y controladoras de la vida, pragmáticas, sensitivas, pacíficas. Los hombres, ya se sabe, brutales, inconscientes cazadores y gue­rreros, indolentes, insensibles, violentos, imprevisibles, infieles: en consecuencia, hay que anticiparse ... y controlarlos desde el Estado y el control social informal. 
Los hombres, por ello, a no pocas de esas feministas, les so­bran. A ellas y a sus hijas. Incluso de su entorno familiar más inmediato. Y para ello disponen de herramientas cuya eficacia ya ha sido probada: las denuncias falsas, el recurso a la fuerza estatal, la discriminación positiva ... y no faltan asociaciones bien subvencionadas que, si bien en muchos casos cumplen un excepcional papel social de apoyo a mujeres maltratadas y en otras situaciones de riesgo, impulsan esa progresiva exclusión de masculino en diversos ámbitos; empezando por el fami­liar. 
No. Ese feminismo, por mucho que digan, no es un femi­nismo de la igualdad, supuesto remedio de machismos trasno­chados y violentos. Es más: violenta la experiencia de toda la humanidad que nos ha precedido. Retornemos, el argumenta­rio del citado texto de Esparza: «Esto no tiene nada que ver con estructuras de producción ni con las peculiaridades étnicas, porque ocurre en todas las sociedades y en todos los tiempos, sino que es, insisto, un hecho de naturaleza, es decir, pura an­tropología. Sencillamente, los humanos somos así». 
Es un feminismo de la supremacía, de la revancha, de la violencia. Un feminismo segregador, sexista y de la venganza: verdadero hembrismo que trata de superar, en lo peor, a su pretendido rival machismo. 


20º Comentario de Filosofía: UNA REVOLUCIÓN ANTROPOLÓGICA EN MAR­CHA.




Una de las más significativas teóricas de esta ideología, Ali­san Jagger, afirma que la «humanidad podrá revertir final­mente a su sexualidad polimorfamente perversa natural». Y avanza que «La igualdad feminista radical significa, no sim­plemente igualdad bajo la ley ni tan solo igual satisfacción de necesidades básicas, sino más bien que las mujeres -igual que los hombres- no tengan que dar a luz». En consecuencia, «la destrucción de la familia biológica que Freud nunca visualizó, permitirá la emergencia de nuevos mujeres y hombres distin­tos de cuantos han existido anteriormente». 
Tales premisas prefiguran, pues, la revolución antropológi­ca que particularmente se está experimentando en la sociedad española, con la dimensión de un auténtico y pluridisciplinar laboratorio de ingeniería social, cuyo objetivo último es «supe­rar» la condición biológica con la que uno nace, introduciendo los medios materiales y culturales que desborden esa barrera - según esta ideología - al proyecto personal. 
Esta revolución de naturaleza antropológica -pues transgre­de la realidad biológica del ser humano desde una perspectiva puramente ideológica e irracional- quiere imponer corno máxi­ma aspiración individual la construcción de una identidad, in­dependientemente del sexo con el que se nace. Por tanto, la identidad sería el «género», y éste implica que cada ser huma­no emancipado y liberado «se haga» mujer, hombre, bisexual, transexual, homosexual, a capricho o supuesta necesidad; in­cluso en varias ocasiones a lo largo de la vida, si las técnicas médicas lo facilitan. 
En palabras de la portavoz del Foro de la Familia y orien­tadora familiar Arnaya Azcona, «la cultura posmoderna niega que la familia sea una realidad natural y la explica corno una convención social para cumplir las funciones que la sociedad le asigna y que, por tanto, no está sometida a una juridicidad pro­pia y que es posible considerar familia lo que en cada momento sea más práctico para la sociedad en la que se encuentra.» ( ... ) Deconstruir es resignificar los conceptos, vaciarlos de significa­do y darle uso nuevo. El feminismo primero y posteriormente la ideología de género han tenido un papel muy activo en la resignificación de los conceptos: hombre, mujer, sexualidad, matrimonio, familia, paternidad, maternidad, fraternidad. Conceptos que afectan a las relaciones familiares y al núcleo de las identidades personales». Así, se han redefinido en par­ticular legalmente, «la relación esponsal, la conyugalidad, las relaciones sexuales, la filiación, la paternidad, la maternidad. 
La agenda de ingeniería social impulsada por esta ideolo­gía pretende, en fases sucesivas, acabar con el dominio del hombre - denominados despectivamente como «patriarca­do» y «machismo» - sobre la mujer. El primer paso ha sido el control por las mujeres, sin dar cuenta a los hombres, de la reproducción, incluyendo el aborto. La mujer, dueña de su cuerpo, es así propietaria del nuevo ser que, naturalmente o por técnicas de fertilidad artificial, llegue a engendrar libre y voluntariamente. Y, caso de que una mujer quiera interrum­pir el embarazo, no tiene por qué informar al padre de ello, pues no es quién para impedirlo; decidiendo la mujer sobre el futuro del niño y del propio padre. De ahí ese sentimiento de «propietaria y hacedora» de la vida de tantas mujeres. El pa­dre, en consecuencia, no puede decidir ni en un sentido ni en otro. Si un hombre golpea, aún accidentalmente, a una mujer embarazada, se enfrenta a responsabilidad penal y civil por daños a madre y niño. En este caso, pues, no se trata al niño por nacer como mero «agregado de células», susceptible de ser abortado unilateralmente por la madre. Contradicciones, en suma, de los defensores del aborto, pero, curiosamente, siempre en detrimento del padre ... y del ser humano en cier­nes. Toda esta situación de absoluto y exclusivo control por parte de la futura madre, de llegar a serlo, se prolonga a lo largo de toda la vida del agregado de células, feto o niño, según decisión de la madre. Por el contrario, el padre, única­mente tendrá el papel y afecto que la madre le conceda; apar­te del económico. Y, llegados a este punto, mencionemos los contundentes casos de estafa que supone la paternidad legal de padres engañados, ignorantes de que otro varón es el bio­lógico. Así, se han emitido sentencias en España en las que se ha obligado al supuesto padre engañado al abono de todas las responsabilidades económicas devengadas hasta ese mo­mento; acreditado ya por pruebas y admitido judicialmente. De este modo, se elimina por la fuerza la supuesta relación de injusticia estructural de naturaleza «machista», volcándola en otra de carácter simétrico y «hembrista». 
En esta evolución que estamos describiendo, es decisiva la implantación intelectual, positiva y en el plano de las costum­bres, del denominado «derecho a la salud sexual y reproducti­va», entendido corno la más efectiva modalidad de liberación de la mujer; separando la maternidad del cuerpo femenino, mediante métodos contraceptivos, la esterilización y el aborto. Pero también, mediante las técnicas de inseminación artificial, eliminando la paternidad conocida. 
Por último, desde esta práctica de género, se eliminan las ataduras y desigualdades sexuales, nivelándose la heterosexua­lidad, la homosexualidad, la bisexualidad y la transexualidad. De ahí su confluencia con los intereses del lobby gay. 
Estos lobbys -radical/feminista y gay- han recorrido un lar­go camino. De entrada, desde medios intelectuales, descalifi­cando las relaciones entendidas corno normales, desvelándo­las fruto del conflicto familiar y la lucha de clases. Después, racionalizando y propagando las motivaciones ocultas de esa injusticia y las circunstancias que lo han permitido. Por últi­mo, imponiendo una alternativa a esas situaciones injustas, mediante campañas de adoctrinamiento, cambios legales ... y persecución de los disidentes. 

Esta agenda ha provocado algunas resistencias sociales en España y otros países, generando muy concretos espacios de confrontación. Es el caso de la conflictividad en torno al deno­minado Síndrome de Alienación Parental (SAP), la lucha por la custodia compartida y la polémica dialéctica «violencia de género/violencia doméstica». Y por lo que se refiere a casos per- sonales concretos, mencionaremos el «caso Diego Pastrana», el reciente proceso estaliniano al diputado de UPyD Toni Cantó, las sanciones a diversos «disidentes» de la judicatura (Fernan­do Ferrín Calamita, María Jesús García Pérez, Francisco Serra­no y María Sanahuja) y, por último, el del célebre investigador anglosajón feminista, Murray A. Strauss. Asuntos, todos ellos, acreedores de un estudio específico, acreditativo de la aparen­temente irreversible implantación de la agenda de género. 
En suma, es un cambio revolucionario, pues implica un cambio artificioso en la autocomprensión del sujeto individual en su propia naturaleza y en sus relaciones con los demás: pa­dres, de tenerlos y en la modalidad que sea, sus iguales, las au­toridades, los colectivos sociales, valores, expectativas vitales ... y esta revolución puede llegar a extremos realmente grotescos. Así, la radicalización ideológica ha llevado a grupos de feminis­tas a propugnar, practicar y limitar su sexualidad, a unas rela­ciones íntimas exclusivamente con otras mujeres, de ahí que se le denomine «feminismo lesbiano» o «lésbico»: determinando, como auténtico dogma de fe, que en el plano físico éstas rela­ciones sexuales deben desarrollarse posicionadas ambas muje­res en paralelo, para evitar cualquier posición de superioridad física que pudiera reproducir roles machistas ... No en vano, la intelectual feminista Kate Millet afirmaba que «la mujer que se acuesta con un hombre lo está haciendo con su enemigo». 

De esta revolución antropológica se derivan múltiples con­secuencias prácticas, además de las resistencias reseñadas: 
1.- Institucionalización de un enfrentamiento permanente entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en el seno familiar; con la inevitable manipu­lación de los hijos en aras de conseguir su posicionamiento frente al otro. 
2.- Destrucción de la personalidad masculina, mediante los mecanismos psicológicos y sociales del sentimiento de culpa y de inferioridad, al objeto de invalidarlo para el ejercicio de la autoridad familiar, causa de todos los males para el feminismo radical; violentando igualmente la afectividad y expresiones masculinas en aras de un hipotético y aceptable «componente femenino del varón». 
3.- Sometimiento de la mujer a un nuevo régimen patriarcal -el de la protección de un Estado en deriva totalitaria- ante las potenciales agresiones físicas y emocionales de los hombres. 
4.- Eliminación de los sentimientos naturales de intimidad y pudor, banalizando la sexualidad; al ser entendidos por la ideo­logía de género como subproductos culturales de base religiosa al servicio de la dominación machista. 
5.- Extensión, como alternativa patológica a los fracasos afectivos, de las dependencias: juego, pornografía, drogas, sexo compulsivo (especialmente entre los varones), consumís­mo desenfrenado (entre las mujeres, pero de manera crecien­te, también entre los varones), etc. A destacar en esta área, la medicalización extensiva de buena parte de la población, es­pecialmente la femenina, mediante psicofármacos; sustitutivos del desamor y los crecientes índices de infelicidad femenina hechos públicos en recientes estudios demoscópicos especial­mente en el Primer Mundo. 
6.- Extensión del daño moral y la confusión personal espe­cialmente entre los jóvenes; carentes de referentes masculinos netos. A los que, por otra parte, se propone la experimentación sexual con parejas del mismo sexo, así como la anticipación temprana y la acumulación de contactos sexuales, como méto­dos de autoconocimiento personaL 
7.- Transformación de la mujer, desvinculada de la mater­nidad, en mano de obra al servicio de los grandes intereses económicos transnacionales, al potenciar el trabajo fuera del hogar como referencialmente adecuado a su potencial creci­miento e instrumento de su liberación. 
8.- Desprecio de la natalidad, acorde con los proyectos neomalthusianos de poderosos lobbys internacionales, como la Fundación Rockefeller y los nuevos filántropos antinatalistas como Bill Gates; con la consiguiente indiferencia ante el eviden­te envejecimiento de la población mundial -especialmente en Occidente, pero también en Argentina, Japón, Corea del Sur y China- derivado de la suma de los planteamientos anteriores. 
La ideología de género, por tanto, es un «diseño» que des­borda la naturaleza, el instinto de supervivencia de la especie y la razón humana. 





19º Comentario de Filosofía: INGENIERÍA SOCIAL.




Para alcanzar ese programa (comentario 18º) es prioritario «deconstruir» los roles asignados al hombre y a la mujer, por considerarlos injustos y contrarios a la verdadera liberación personal; de modo que el sexo biológico también sería una barrera a superar en aras del «género» liberador. En consecuencia, la procreación se subordina al proyecto de «construcción» personal, a la elabo­ración individual y libérrima del propio género, vinculándose a nuevas formas de agregación pseudofamiliar y facilitándose lo anterior mediante novedosas técnicas artificiales. Igualmente, la filiación se independiza de los roles naturales de maternidad/paternidad. Lógicamente, el Estado, con todos sus medios, debe ponerse al servicio de esta agenda de liberación personal y co­lectiva: educación, medios de comunicación, legislación posi­tiva, servicios sociales, policía, magistratura. Tal despliegue de medidas constituye la que podemos denominar «agenda de la perspectiva de género» que ejecuta con precisión de cirujano la «ingeniería social». 

El jurista y magistrado José Luís Requero Ibáñez afirma que «Para tal ideología el género tiene una dimensión ante todo cul­tural independiente del sexo, ajena a la naturaleza de la per­sona. La sexualidad no es constitutiva sino optativa: no se es ni hombre ni mujer, se opta por ser hombre o mujer porque ser hombre o mujer forma parte de "roles socialmente cons­truídos» . Más adelante, recuerda que Rebecca Cook declaró en la antes mencionada Cumbre de Pekín que «los sexos ya no son dos sino cinco y por tanto no debería hablarse de hombre y mujer, sino de mujeres heterosexuales, mujeres homosexuales, hombres heterosexuales, hombres homosexuales y bisexuales». Todas las medidas propuestas y adoptadas en aplicación de di­chos presupuestos serían, según su criterio, «fiel exponente de la guerra ideológica en la que estamos sumidos; es una guerra cultural, de conquista del sentido común, de conquista de la percepción y comprensión de la realidad y de la verdad sobre la persona. En lo jurídico, esta guerra llama a la acuciante necesi­dad de reinstaurar nuestros ordenamientos sobre postulados de Derecho natural frente a postulados de Derecho "antinatural». y se pregunta si, en coherencia con semejantes axiomas, puede legislarse desde la mentira. 
El jurista Jesús Trillo-Figueroa responde afirmativamente: «uno nace biológicamente hombre o mujer, y por tanto la naturaleza humana da lugar a personas con condición sexuada. Pero esto no les importa a las ideolo­gías. y se puede legislar sobre una falsedad, como se ha hecho en España desde 2004. No sólo fue el programa máximo del pre­sidente Zapatero, sino que sigue ahí . Y el propio Requero sus­cribe dicho juicio, ya al término de su trabajo, afirmando que «Las consecuencias de hacerlo están ahí: el ordenamiento jurí­dico es un ecosistema por partida doble; en sí mismo, porque al alterarse la lógica de una institución jurídica -por ejemplo, el matrimonio- produce consecuencias en todo lo que rodea a ese instituto jurídico y, en segundo lugar, porque el destinatario de la norma es la persona y hay una ecología humana. Cuando el ecosistema humano se contamina, los daños saltan a la vista en términos de dolor, muerte, pérdida de derechos, etc.». 
Para conseguir sus objetivos, la ideología de género ataca conscientemente -y desde todos los frentes posibles- a la fami­lia, pues es en tal espacio donde la persona aprende a relacio­narse, a interiorizar los roles familiares y sociales, a experimen­tar la religión; en definitiva, se integra en el orden natural de las cosas. La familia, que despectivamente califican como «tradi­cional», según su criterio, no sólo esclaviza a la mujer, sino que condiciona a los hijos, quienes «viven» que familia, matrimonio y descendencia son factores naturales y decisivos en su manera de afrontar el mundo; una experiencia «alienadora» a erradicar. 
Vemos, por tanto, que esta ideología parte de unos iniciales postulados marxistas, de modo que inevitablemente pretende el poder como instrumento de la revolución antropológica que -en última instancia- persigue. No obstante, dado que el control del poder cultural debe preceder, desde su perspectiva, al control del poder político, esta ideología venía trabajando, con anterio­ridad a los gobiernos José Luis Rodríguez Zapatero, desde la acción de sus lobbys feminista radical y gay. De ahí la progresiva elaboración e imposición de un neolenguaje, su decidida pene­tración en todos los niveles del mundo educativo y, acorde a los tiempos actuales, su voluntad de manipulación de los medios de comunicación, particularmente la televisión. Las diversas normativas discriminatorias «en positivo» de la mujer, elabo­radas en las últimas décadas, se basarían en estadísticas ma­nipuladas, cuando no falsificadas; que para ello ignoran, por ejemplo, la particular incidencia masculina en el suicidio, el mayor fracaso masculino en los estudios en general, etc. Todo ello se ha plasmado en un cuidadoso recorrido legislativo, es­tudiado particularmente, según veíamos, por José Luis Reque­ro Ibáñez, del que destacaremos, ahora, la perversa inversión de la carga de la prueba, y la práctica de un Derecho penal de autor, por definición, de deriva totalitaria. Esta revolución se ha servido de prácticas nocivas muy extendidas socialmente, como es el preocupante fenómeno de las denuncias falsas en el ámbito penal intrafamiliar (sobremanera, la denominada, desde una nomenclatura anglosajona, como «bala de plata»), y la implantación de una red parajudicial de supuestos servicios sociales, que sus detractores han calificado gráficamente como «industria del maltrato»; no en vano son muchas las colecti­vidades feministas que se benefician de la misma. Cuestiones todas ellas que requieren un trabajo específico. 

18º Comentarios de Filosofía: "La ideología de género".





  • La izquierda, desde el término de la Segunda Guerra Mundial, ha sufrido una profunda evolución ideológica y estratégica con el tránsito de diversas etapas y tácticas.
  • Intelectuales izquierdistas, como Jean Paul Sartre y Simon­e de Beauvoir, se incorporaron al entorno comunista moti­vados, fundamentalmente, por su odio a la Iglesia Católica e impulsados por su voluntad de eliminación de toda forma de superstición religiosa. Inspirándose en un supuesto «Marx humanista­» de sus Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, trataron de elaborar una nueva interpretación de base marxista combativa­ de toda forma de «alienación», incluidas las de naturaleza familiar y sexual que encubrirían la capitalista. 
  • En el itinerario de esta evolución, seguiremos como hilo conductor  el magnífico trabajo elaborado por el abogado José  Sáiz Calabria titulado «Una aproximación a la mentalidad dominante. La izquierda como nuevo moralismo». 
  • Así, el «neomarxismo» de los años 60 del siglo XX invertiría los­ esquemas ortodoxos marxistas, al poner el acento en la superestructura (pensamiento, valores, religión, estética) por encima  de las condiciones materiales y de producción; sirviéndose para ello no poco de la reelaboración marxista de Antonio Gramsci. Para este autor italiano de los anteriore año30 el cambio de mentalidad, liderado por los que denomina "intelectuales  orgánicos», debía preceder al cambio social revolucionario; enfrentándose así con un todavía opositor «sentido­ común» fruto de la tradición católica.
  • Otra vía de renovación del marxismo procede de la Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm, Benjamin). Desde diversas perspectivas, pretendían extender la crítica ­de la alienación a todas las formas de institución social. Para ello investigarán especialmente las raíces familiares y cualquier otra forma de autoridad prefiguradoras de todo pensamiento y estructura represora y, por definición, calificada como "fascista" . En este neomarxismo, Herbert Marcuse elabora una síntesis de Marx y Freud, quien propone que la verdadera­ liberación de toda alienación pasa necesariamente por la liberación sexual, transformando el cuerpo humano en un instrumento  de placer y no de explotación. Erich Fromm, por su parte denunciará toda forma de autoridad: la familia, la religión, el patriarcado, el machismo..  Caído el Muro de Berlín, descompuesta la Unión Soviética, desbaratado el modelo chino, con una socialdemocracia en convergencia con los dictados de las oligarquías económicas del mundialismo y diezmada por los nuevos partidos antisistema (Frente Nacional francés, Partido Liberal austríaco, Partidos del Progreso danés y noruego, UKIP británico ... ), estos intelectuales proporcionarán los instrumentos ­interpretativos y de acción de la izquierda postmarxista de los años 80 y siguientes. 
  • Sáiz Calabria caracteriza esta perspectiva, magistralmente, en el siguiente párrafo: «Esta "nueva" izquierda se modula en una lucha constante contra el "fascismo" y en la promoción per­manente de la agitación cultural desde las grandes plataformas mediáticas y culturales de lo políticamente correcto, en las que se elaboran las agendas culturales y se ensalzan o se proscriben los libros, los autores y los temas de interés, y que finalmente van introduciéndose, en un proceso incontenible y devastador, en los grandes medios y en las expresiones de la cultura popular, la televisión, la música, la literatura o el cine». 
  • La última mutación de esta evolución la constituiría la deno­minada «ideología de género». Ya Simonne de Beauvoir enun­ció en 1949 su conocido aforismo: «No naces mujer, te hacen mujer». Sigamos con Sáiz Calabria: «La ideología de género es un feminismo radical surgido hacia fines de los 60, que rompe con el anterior movimiento feminista de paridad (que creía en la igualdad legal y moral de los sexos), para exigir el derecho a determinar la propia identidad sexual, y así llegar a una socie­dad sin clases de sexo. Tuvo una fuerte presencia en la polémica Cumbre de Pekín, la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en septiembre de 1995» y en la que se propon­drían, entre otras tácticas y estrategias, el tan extendido, como apenas cuestionado concepto «violencia de género». 
  • Se trata, en suma, de una nueva utopía, de un proyecto hu­mano sustentado en contravalores que «Mantiene un vínculo con las utopías liberadoras de antaño y adquiere las formas de una nueva religión política, sin coerción física ni liderazgos he­roicos, pero que va decantándose en un totalitarismo blando aunque, por ello mismo, extraordinariamente eficaz por cuanto oculta los verdaderos mecanismos de su asimilación»; asevera Sáiz. Debemos precisarle, no obstante, que ya en el poder- es el caso de España- esta ideología no vacilará en servirse de los medios «represores» clásicos: desde los recursos policiales a la exclusión de los disidentes. 
  • Tales propuestas revolucionarias constituyen el núcleo de la llamada «perspectiva de género», cuyo origen lo encontra­mos en el marxismo, según hemos visto, si bien con la aparente contradicción que presenta su dialéctica interna. No en vano, el marxismo se pretende «científico» y esta perspectiva neomar­xista/feminista violenta la naturaleza misma, objeto del estudio de la ciencia; por lo que deviene en una ideología profundamen­te irracional, tanto o más que las otras modalidades marxistas. Su pretensión de reelaborar la historia, metodología y objetivos, la caracterizan, además, como una ideología totalitaria que se servirá, si es preciso, de los instrumentos de esta índole propios de un Estado de control hegemónico. 
  • La ideología de género reinterpreta, desde tales premisas, la naturaleza, el individuo, la historia, la economía ... Con su pre­tensión de liberar al hombre del hecho objetivo, «dado» por la naturaleza, de su propio cuerpo, promueve inevitablemente la revolución de un nuevo hombre, una nueva cultura y, en con­secuencia, una nueva sociedad. El término «género» deviene, en esta cosmovisión, en concepto clave y revolucionario de su correspondiente neolenguaje, otra característica de los totalita­rismos; cuestión que merece un estudio particular dada su ex­trema incidencia en el cambio social.