Pero lo más peligroso es que la lógica del materialismo capitalista crea la apariencia de haber desterrado del mundo social la dimensión teológica y trascendente del sujeto. Sin embargo, lo que se está haciendo es una suplantación, podríamos decir una usurpación de la potencialidad creadora de la trascendencia humana integrándola, a través de la fabricación del deseo de los sujetos, en las expectativas materiales de las instituciones. El capitalismo identifica las expectativas humanas de plenitud, su ansia de infinito, con las promesas de felicidad ofrecidas por el sistema. Así, el potencial creativo y vital de la trascendencia humana no es negado realmente, sino que es manipulado con objetivos institucionales. Estamos ante una nueva teología política: la idolatría. La idolatría no es adorar a otro Dios, porque Dios sólo hay uno, aunque se le nombre de muchas formas. Idolatría es trocar a Dios por un interés estructural. Los ídolos siempre simbolizan intereses institucionales que exigen la sujeción y el sacrificio de las personas a esos intereses.
El capitalismo supeditó la persona a la estructura y en su fase actual lo está haciendo de forma muy eficiente. Ninguna sociedad, en toda la historia de la humanidad, había construido tantos dispositivos sociales para intervenir en el deseo de los sujetos.
El individuo moderno se siente libre por hacer lo que desea, pero no se pregunta sobre el origen de ese deseo, cómo surgió en él ese deseo. El deseo le parece ser algo natural y espontáneo proveniente de la naturaleza, cuando en realidad es una construcción cultural del sentido que damos a las cosas y a la vida.
La fabricación externa (estructural) y programada del sentido del deseo para los sujetos hace que éstos identifiquen su deseo con los intereses de las instituciones, con lo cual se da la paradoja de que el sujeto moderno cuanto más hace lo que desea, más se sujeta a las estructuras sociales y sujetándose se siente libre. Con ello, el sujeto siempre tendrá una actitud dócil y sumisa al sistema porque se identifica con las propuestas simbólicas que le hace y el estilo de vida que ofrece, aunque para ello tenga que sacrificar una gran parte de sus aspiraciones vitales.
Es importante matizar que nunca se consigue una fabricación plena de los deseos de la persona. Ningún absolutismo es perfecto, pero lo que nos interesa subrayar es que nuestro modelo social ha definido el deseo humano como espacio político y como espacio de poder para obtener el máximo control sobre la conducta de los sujetos.
¿ Qué debemos hacer?
Debemos comenzar con el verdadero sentido de la libertad. La libertad no es hacer lo que se desea, sino tener la capacidad de instituir un sentido para el deseo. El sujeto tiene que aprender a constituir su deseo y obtener el control: hacia el bien.
La capacidad de construir el sentido humanizador del deseo y el poder de comando de los propios deseo sólo se consigue a través de la virtud. La virtud es una práctica para comandar la propia existencia y no ser gobernado por otros. Éste es el sentido profundo de la libertad. La libertad es una práctica y no una idea metafísica y la práctica de la libertad que realiza plenamente la humanización del deseo humano es la justicia.