¿Antiglobalización?
La pregunta es: ¿se puede luchar de forma efectiva contra algo cuyos presupuestos se comparten? ¿Se puede luchar contra la globalización desde presupuestos mundialistas? Una contradicción esencial del movimiento antiglobalización, que el periodista italiano Marcello Veneziani (en su ensayo Derribemos el 68) pone de relieve al dirigirse a los «antiglobalizadores» del siguiente modo: «si criticáis la globalización en el nombre de una utopía cosmopolita e igualitaria, os situáis al amparo de esa misma globalización; si sois internacionalistas y anárquicos, igualitario s y libertarios, estáis dentro '-de la globalización; si creéis -como Debord- en el cambio permanente, estáis dentro de sus dominios. Si perseguís el sueño de un mundo mejor -antes que defender la vida de un país real-, estáis bajo el manto de la globalización, en su versión más ilusa. Si creéis que es lo mismo nacer en Florencia que en Gabón, estáis sumidos en la globalización de pies a cabeza. Aquél que critica seriamente la globalización ama las diferencias de lugares, de pueblos, de culturas; ama las raíces y las tradiciones, ama la civilización y el idioma, las costumbres trasmitidas, la cultura clásica y la iglesia, venera la vejez y respeta la experiencia. Sólo trasciende el horizonte global aquél que es vertical, y que redescubre el cielo y la tierra hasta internarse en los parajes de lo sagrados."
Basta ya de falsas expectativas. Es preciso abandonar toda posible ilusión sobre una alternativa a la globalización neoliberal que pueda surgir de lo que, en Occidente, convencionalmente se conoce como «izquierda». La incapacidad de la izquierda para pensar en contra de la lógica globalizadora se pone muy bien de relieve en su coincidencia básica con los liberales al rechazar la idea de proteccionismo, Se entiende que la derecha liberal se muestre radicalmente en contra de lo que, al fin y alcabo, constituye un pecado mayor contra el dogma librecambista. Pero resulta un tanto llamativo que en Europa prácticamente toda la izquieda, -incluida la extrema izquierda- se muestre hostil ante una práctica que revertiría en la protección de los trabajadores europeos frente al - capital transnacional. La razón de fondo -señala Alain de Benoist- es , ideológica: esto chocaría contra sus convicciones mundialistas.
En realidad es toda la Nueva clase, ya sea de derechas o de izquierda, la que no cesa de bramar contra la amenaza proteccionista, dado que las simples palabras barrera, protección, regulación, son para ella sinónimo de repliegue y de nacionalismo, es decir de «xenofobia». Y aquí se pone de manifiesto la insustancialidad última de esa extrema izquierda «antiglobalizadora» o «antisisterna» y de todas sus vociferaciones «anticapitalistas». Porque en lo básico, coincide con el sistema. Porque se adhiere a lo que constituye el verdadero obstáculo frente al proteccionismo: un estado de espíritu ideológico «liberal-libertario» -compuesto de narcisismo, individualismo, obsesión por el dinero y desprecio por el «pueblo». Ideología libertaria que tiene sus raíces últimas en la Ilustración y la ética protestante, y que al llevar el individualismo a su extremo pierde de vista los valores colectivos fundados sobre solidaridad, y asimila la felicidad a una idea de realización del individuo poco compatible con la vida en comunidad.
Señala Enmanuel Todd que el ultra-individualismo no es una adhesión primordial a la economía de Mercado, al rechazo a las barreras aduaneras, sino una adhesión a la idea del individuo-rey absoluto, a la idea de que «está prohibido prohibir». Para Todd, «en el plano internacional el universalismoy el antirracismo tienen una relación directa con el dominio del librecambio. La idea de apertura, de superación de todas las diferencias conduce a eso».
Alain de Benoist pone el dedo en la llaga al señalar que «ese individualismo es de hecho un individuo-universalismo, y el universalismo coincide con la idea de librecambio en la medida en que se ordena a la idea de «un mundo sin fronteras», un mundo donde las naciones y los países serán inevitablemente superados." Frente al narcisismo individualista se trata de recuperar la capacidad de acción colectiva. Algo para lo que la derecha (entendida la palabra en su vieja acepción de derecha de valores) está filosóficamente mejor equipada que la izquierda. Es por ello que el único frente de rechazo auténtico y efectivo a la globalización se encuentra hoy, en Europa, en los llamados partidos populistas, y no en esa izquierda «antisistema» a medio camino entre la retórica retro y el activismo de diseño. (páginas 158-160 Disidencia Perfecta).