jueves, 2 de enero de 2014

Libro del mes (diciembre 2013): "Los orígenes del totalitarismo".




Este libro de Hanna Arendt (1906/1975), filósofa alemana, explica las corrientes subterráneas de la historia europea que prepararon el nacimiento del  régimen totalitario en Europa; asimismo, caracteriza las instituciones, la ideología y la práctica de los regímenes estalinista y hitleriano.

Veamos un fragmento:
"En nuestro contexto resultan de gran importancia los desarrollos registra­dos en la Unión Soviética, especialmente a partir de 1948 -el año de la mis­teriosa muerte de Zhdanov y del «affaire de Leningrado». Por vez primera después de la Gran Purga, Stalin ejecutó a gran número de altos y altísimos funcionarios, y tenemos la certeza de que estas ejecuciones fueron proyecta­das como preliminares de otra purga que alcanzaría a toda la nación. Si no hubiera sobrevenido la muerte de Stalin, esa purga habría sido desencadena­da por el «complot de los médicos». Un grupo de destacados médicos judíos fue acusado de haber conspirado para «acabar con los cuadros directivos de la URSS». Todo lo sucedido en Rusia entre 1948 y enero de 1953, fecha en que fue «descubierto» el «complot de los médicos», presenta una sorprenden­te y amenazadora semejanza con los preparativos de la Gran Purga de los años treinta: la muerte de Zhdanov y la purga de Leningrado se correspon­dían con la no menos misteriosa muerte de Kirov en 1934, que fue seguida inmediatamente por una especie de purga preparatoria de «todos los antiguos adversarios que permanecían dentro del partido». Es más, el mero conteni­do de la absurda acusación formulada contra los médicos, es decir, que pen­saban matar a todos los que ocuparan posiciones destacadas en todo el país, debió de suscitar fúnebres presentimientos en todos aquellos que estaban familiarizados con los métodos de Stalin de acusar a un enemigo ficticio del crimen que él estaba próximo a cometer. (El ejemplo mejor conocido es, des­de luego, su acusación de que Tujachevski conspiraba con Alemania, en el mismo momento en que él estudiaba la posibilidad de una alianza con los nazis.) Es obvio que quienes rodeaban a Stalin en 1952 comprendían mejor de lo que habrían podido comprender en los años treinta lo que significaban sus palabras y que la simple formulación de la acusación debió de extender el pánico entre todos los altos funcionarios del régimen. Este pánico puede se­guir siendo la explicación más plausible a la muerte de Sralin, a las misterio­sas circunstancias que la rodearon y a la rápida solidaridad de quienes ocupaban los más altos puestos del partido, notoriamente debilitados por las rivali­dades y las intrigas, durante los primeros meses de la crisis de sucesión. Por poco que sepamos, sin embargo, de los detalles de esta historia, lo que cono­cemos basta para confirmar mi convicción original de que «operaciones des­tructoras» como la Gran Purga no eran episodios aislados ni excesos del régi­men provocados por circunstancias extraordinarias, sino que constituían una institución del terror, cuya aparición se esperaba a intervalos regulares -a menos, desde luego, que cambiara la verdadera naturaleza del régimen. El nuevo elemento más dramático de esta nueva purga, que Stalin planeó en los últimos años de su vida, fue un cambio decisivo en la ideología, la introducción de la idea de una conspiración mundial judía. Durante años se habían colocado cuidadosamente los cimientos de este cambio en cierto número de procesos realizados en los países satélites -el proceso de Rajk en Hungría, el asunto de Ana Pauker en Rumanía y, en 1952, el proceso de Slansky en Checoslovaquia. En estas medidas preliminares altos funcionarios del partido fueron singularizados por su procedencia de la «burguesía judía» y acusados de sionismo; esta acusación fue transformada gradualmente para poder implicar en ella a entidades no sionistas (especialmente al «American Jewish Joint Distribution Committee»), con objeto de indicar que todos los judíos eran sionistas y todos los grupos sionistas «mercenarios del imperialis­mo arnericanos ". No había, desde luego, nada nuevo en el crimen del «sio­nismo», pero a medida que la campaña progresaba y comenzó a centrarse en los judíos de la Unión Soviética, se produjo otro cambio significativo: los ju­díos, más que de sionismo, eran ahora acusados de «cosmopolitismo», y la trama de las acusaciones surgida de este eslogan siguió aún más de cerca el modelo nazi de una conspiración mundial de los judíos en el sentido de los Sabios de Sión. Entonces se hizo asombrosamente evidente cuán profunda debía de haber sido la impresión que en Stalin hizo este punto crucial de la ideología nazi -y cuyos primeros indicios se tornaron visibles tras el pacto Hider-Stalin-, en parte, en realidad, por su obvio valor propagandístico tanto en Rusia como en todos los países satélites, donde estaban muy exten­didos los sentimientos antijudíos y donde la propaganda antijudía había dis­frutado siempre de una gran popularidad, pero en parte también porque este tipo de ficticia conspiración mundial proporcionaba una justificación ideoló­gicamente más conveniente a las reivindicaciones totalitarias de dominación mundial que las que pudieran dar Wall Street, el capitalismo o el imperialis­mo. La franca y descarada adopción de lo que se había convertido para todo el mundo en el más destacado símbolo del nazismo fue el último cumplido a su difunto colega y rival en la dominación total, con el que, con gran disgus­to por su parte, no había sido capaz de establecer un acuerdo duradero".