lunes, 25 de enero de 2010

Libro del mes (Febrero 2010):"Derechos humanos depredados". Trabajo 4ª Evaluación


El libro que publicamos ha sido escrito por la profesora de Política Internacional de la Universidad de Oslo, Janne Haaland Matlary. Janne intenta reflexionar sobre la situación de los derechos humanos hoy, en un mundo relativista y positivista. Veamos algún fragmento:

"¿Hay algo común en la sociedad en la que lo individual tiene sólo un interés privado? El liberalismo extremo de la tradición utilitarista en Inglaterra así lo pensó: su único principio era que una persona puede hacer lo que quiera siempre y cuando no haga daño a otra. La esfera común de la sociedad era sólo aquello en lo que el individuo no podía manejarse solo: política y defensa.
Aunque este modelo de política puede ser viable, no implica en sí mismo una comunidad. Considera la esfera política como un asunto de negocios. Si la perspectiva del hombre es auto-referencial -es decir, que el modelo de medida de todas las cosas reside en lo individual-, es difícil encontrar un alcance para el significado tradicional de política y de ley. Lo «político» significa aquello que atañe a la polis, es decir, la comunidad política. Atañe a lo común.
Esta es la perspectiva clásica aristotélica sobre la política, que ofrece algo muy diferente de la actual idea del hombre como auto-referencial:
Con esto aprendemos que la naturaleza humana es algo muy específico y que la política es la actividad humana práctica más elevada, que el ser humano es infeliz a no ser que contribuya al bien común de la sociedad y, lo que es aún más sorprendente, que el ser humano puede discernir lo bueno de lo malo, lo que está bien de lo que está mal.
El hombre no es sólo un «animal» racional capaz de comunicarse a través del lenguaje y capaz de razonar, como

leemos en el Libro 1 de Política, sino que es el único animal capaz de elaborar argumentos morales. Los animales pueden comunicarse, pero son incapaces de razonar y no tiene sentido moral: «el hombre es el único animal al que la naturaleza ha otorgado el habla ... y aunque la voz no es más que un indicativo de placer y de dolor, el poder discursivo se dirige a establecer lo que es justo e injusto. Y el sentido del bien y el mal, de lo justo y lo injusto, es un rasgo exclusivo del hombre» (Política, Libro 1).
El ser humano puede llegar, mediante la razón, a saber qué es justo y qué es injusto, y este es un rasgo que lo define como ser humano. Qué gran diferencia existe entre esta afirmación y la idea comúnmente asumida hoy de que no hay verdades morales y de que, aunque existieran, la razón no podría llegar a ellas. Y sin embargo, como veremos, los pensadores políticos que forjaron las leyes y la democracia europeas no sólo asumieron esto, sino que también llegaron, mediante la razón, a lo justo y lo injusto.
Además, el hombre es un animal social, dice Aristóteles, lo que significa que sólo puede realizarse plenamente como ser humano en sociedad, como en la esfera política, por ejemplo. Esto sorprende al hombre auto-referencial: ¿acaso sólo puedo ser plenamente humano, sólo puedo estar completo como ser social?
Es muy interesante la teleología de la filosofía de la antigüedad, porque hemos olvidado qué implica la teleología. Su significado es ciencia del «telos», de la finalidad o propósito de algo, de una persona, de una institución. Finalidad es otro término para significado: tras la creación hay un significado, que podemos descubrir. También significa que hay un ordo, una conexión entre las partes, en la propia vida.
Este sentido de lo metafísico, del orden de las cosas que existieron independientes y antes de que nosotros la conociéramos y las percibiéramos; a mi entender, es muy importante en el universo relativista de hoy. Asumimos la posibilidad de una metafísica como «esencialismo», pero sin darnos cuenta de que el sistema de gobierno occidental está basado en su existencia. La idea de ley como universalmente válida, como conjunto de principios generales sobre lo que está bien y lo que está mal, es un ejemplo de ello. Si la ley puede ser diferente para cada uno, entonces no es ley.
Por tanto, cuando debatimos hoy sobre la democracia europea, creo que debemos tratar de la cuestión fundamental, la de qué es el ser humano -llamada antropología-o ¿Asumimos que el ser humano es sólo un actor interesado en sí mismo? ¿Vive el ser humano para su sola satisfacción? ¿O hay algo más, aparte de este hombre auto-referencial, la capacidad para pensar políticamente, siguiendo unas líneas principales, en algo llamado «bien común»?
Aunque aceptemos la perspectiva auto-referencial, existe cierta confusión: ¿cómo podemos discutir sobre el bien y el mal si no hay un principio de justicia que conocer? ¿Cómo podemos decir que algo es justo o injusto? Es evidente que no nos limitamos a pronunciar estos términos, sino que con ellos aludimos a algo que describimos como justo o injusto. Esto se ve claramente cuando ponemos a prueba nuestro lenguaje: ¿puedo decir «es injusto tener un barco»? Sí, puedo decido, pero no tiene sentido. ¿Puedo decir «es injusto tener esclavos»? Sí, puedo decirlo, y además tiene sentido. Hay quien puede no estar de acuerdo, pero tiene sentido.
Esta última afirmación es a lo que Aristóteles se refiere cuando dice que el ser humano es capaz de razonar política y legalmente; es decir, sobre el bien y el mal como princiPios, es decir, como términos universales. Si es injusto tener un barco, es injusto tout court, para todos. Es una aserción bastante tonta. Pero si es injusto tener esclavos, no lo es sólo en Europa, sino también en África. El universalismo de un argumento moral es un axioma: la justicia es generalmente justa, o no justa. Pero las preferencias privadas son sólo expresiones de un gusto subjetivo, nada más. A mí me gustan los barcos, y a ti no. El lenguaje de lo moral no tiene relación con gustos particulares, y por tanto estos no son relevantes para la esfera política.
La idea de justicia se asienta en el ser humano como un principio que puede descubrir mediante la razón, tal como he ejemplificado antes. Vemos de forma inmediata que el ejemplo del barco no tiene sentido, pero que el ejemplo de la esclavitud sí lo tiene, por mucho que no estemos de acuerdo con él.
Esta «prueba de lenguaje» es muy útil, porque nos permite definir lo político como distinto del interés personal. Los términos fundamentales del debate indican si estamos tratando de un asunto que nos concierne a todos -es decir, a la sociedad o a la polis- o de un asunto meramente privado, de nuestro interés subjetivo. Los intereses del hombre auto-referencial parecerían pertenecer, entonces, al ámbito privado en su totalidad, ya que aquí se niega que haya principios sobre los que razonar. Esto menosprecia la altura moral de la política:
Según Aristóteles, «Las verdaderas formas de gobierno son aquellas en las que un individuo gobierna con la idea del bien común; los gobiernos que se rigen por la idea de su interés privado ... son perversiones» (Libro Il).
Así, entre lo político y lo privado no sólo hay una diferencia, sino que ésta, además, es moral, no funcional. Esta afirmación puede parecerle extremadamente extraña al hombre auto-referencial. Pero este es el argumento:
El «telos» de Aristóteles descansa bajo su metafísica y su antropología. La política no es sólo el lugar en el que añadimos intereses privados, como decidir tener un cuerpo de policía común en lugar de guardaespaldas, porque es más económico; la política es también moral, y en este sentido es diferente al interés personal. «Todo estado es una comunidad de algún tipo, y toda comunidad se establece con la idea del bien ... el estado, que es la comunidad más elevada de todas, y que incluye a las demás, tiende al bien en mayor grado que cualquier otra, y al mayor bien (Libro 1).
El ciudadano está equipado con la capacidad de razonar sobre justicia, y este tipo de razonamiento es legal o político, lo cual contrasta con el razonamiento privado, que no concierne al bien común de toda la sociedad. Además, el ciudadano debe ser educado en la virtud pública, que es la capacidad de pensar en el bien de todos, no sólo en su propio y personal interés. De nuevo, Aristóteles resalta las cualidades morales de lo propiamente político: «la sociedad política existe por las nobles acciones; (para) la ciencia política, lo bueno (lo que buscamos) es la justicia, en otras palabras, el interés común».
La influencia de la filosofía política de Platón y Aristóteles fue decisiva para Europa. Santo Tomás de Aquino transmitió estos conocimientos y los desarrolló en su propio sistema filosófico, que a su vez ejerció una influencia clave a lo largo de los siglos. Cuando Maquiavelo señaló el final de una idea cristiana del mundo en Europa, dejó su idea de política. Lo mismo podemos decir del advenimiento del sistema de estados de Westfalia a partir de 1648 y del desarrollo del positivismo en las interpretaciones de la ley. Pero el debilitamiento de las ideas sobre ley natural, en la tradición de Aristóteles y santo Tomás, sigue siendo una alternativa y un adversario.
Aquí, la importancia de la tradición aristotélica no es histórica, sino fundamental y contemporánea al tema de este libro: Sólo si se entiende la idea de naturaleza humana podrá tener sentido la idea de derechos humanos. Por el contrario, tales derechos son sólo reflexiones de una voluntad mayoritaria o de algún proceso político. En ese caso, entonces, ¿cómo pueden ser «inherentes e inalienables»?".

lunes, 18 de enero de 2010

2º Trimestre. Aristóteles y su obra: "Moral a Nicómaco". Libro II,4

Se podría preguntar cómo decimos que los hombres tienen que hacerse justos practicando la justicia y morigerados practicando la templanza, puesto que si practican la justicia y la templanza son ya justos y morigerados, lo mismo que si practican la gramática y la música son gramáticos y músicos. ¿O es que ni siquiera ocurre así con las artes? Es posible, en efecto, hacer algo gramatical o por casualidad o por indicación de otro; por tanto, uno será gramático si hace algo gramatical y gramaticalmente, es decir, de acuerdo con la gramática que él mismo posee. Además, tampoco son semejantes el caso de las artes y el de las virtudes; en efecto, los productos de las artes tienen en sí mismos su bien; basta, pues, que reúnan ciertas condiciones; en cambio, las acciones de acuerdo con las virtudes no están hechas justa o morigeradamente si ellas mismas son de cierta manera, sino si también el que las hace reúne ciertas condiciones al hacerlas: en primer lugar, si las hace con conocimiento; después, eligiéndolas, y eligiéndolas por ellas mismas; y en tercer lugar, si las hace en una actitud firme e inconmovible. Estas condiciones no cuentan para la posesión de las demás artes, excepto el conocimiento mismo; en cambio, para la de las virtudes el conocimiento tiene poca o ninguna importancia, mientras que las demás no la tienen pequeña, sino total, ya que son precisamente las que resultan de realizar muchas veces actos justos y morigerados.
Por tanto, las acciones se llaman justas y morigeradas cuando son tales que podría hacerlas el hombre justo o morigerado; y es justo y morigerado no el que las hace, sino el que las hace como las hacen los justos y morigerados. Con razón se dice, pues, que realizando acciones justas se hace uno justo, y con acciones morigeradas, morigerado. Y sin hacerlas ninguno tiene la menor probabilidad de llegar a ser bueno. Pero los más no practican estas cosa, sino que se refugian en la teoría y creen filosofar y poder llegar así a ser hombres cabales; se comportan de un modo parecido a los enfermos que escuchan atentamente a los médicos y no hacen nada de lo que les prescriben. Y así, lo mismo que éstos no sanarán del cuerpo con tal tratamiento, tampoco aquéllos sanarán del alma con tal filosofía.