domingo, 20 de marzo de 2011

12 Comentario de Filosofía: La persona humana.

Hoy como ayer, frente a la Conjura contra la Vida, sólo la Iglesia Católica.

En este siglo XXI que nos toca vivir, sólo la Iglesia Católica, como siempre, se enfrenta a la Conjura contra la Vida. Lo mejor para com­probarlo es leerse entera la Encíclica de 1995 Evangelium vitae de Juan Pablo II (1920-2005). Reproduzco algunos fragmentos de la misma que no necesitan mayor comentario por mi parte. Creo que se trata del texto más lúcido y más comprensible escrito nunca sobre esta cuestión y ha sido mi principal fuente de inspiración a la hora de escribir este modes­to trabajo que voy concluyendo:
"Amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad indivi­dual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la interven­ción gratuita de las estructuras sanitarias (.)

Opciones consideradas unánimemente como delictivas y rechazadas por el común sentido moral, llegan a ser poco a poco socialmente respetables. La misma medicina, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más en algunos de sus sectores a realizar estos actos contra la persona, deformando así su rostro, contradiciéndose a sí misma y degradando la dignidad de quienes la ejercen (.)

No pocas veces se viola también el parentesco 'de carne y sangre', por ejemplo, cuando las amenazas a la vida se producen en la relación. entre padres e hijos, como sucede con el aborto O cuando, en un contexto familiar o de parentesco más amplio, se favorece o se procura la eutanasia..
Para facilitar la difusión del aborto, se han invertido y se siguen invirtiendo ingentes sumas destinadas a la obtención de productos farmacéuticos, que hacen posible la muerte del feto en el seno ma­terno, sin necesidad de recurrir a la ayuda del médico. (.)
La vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en enemigo a evitar absolutamente, y el aborto en la única res­puesta posible frente a una anticoncepción frustrada. Lamentablemente la estrecha conexión que, como mentali­dad, existe entre la práctica de la anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos in­trauterinos y 'vacunas' que, distribuidos con la misma facilidad que los anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases de desarrollo de la vida del nuevo ser humano (..)
Se producen con frecuencia embriones en número superior al necesario para su implantación en el seno de la mujer, y estos así llamados 'embriones supernumerarios' son posteriormente supri­midos o utilizados para investigaciones que, bajo el pretexto del progreso científico o médico, reducen en realidad la vida humana a simple 'material biológico' del que se puede disponer libremente.
Los diagnósticos prenatales, que no presentan dificultades morales si se realizan para determinar eventuales cuidados ne­cesarios para el niño aún no nacido, con mucha frecuencia son ocasión para proponer o practicar el aborto (..)
Se ha llegado a negar los cuidados ordinarios más elementa­les, y hasta la alimentación, a niños nacidos con graves deficien­cias o enfermedades. Además, el panorama actual resulta aún más desconcertante debido a las propuestas, hechas en varios lugares, de legitimar, en la misma línea del derecho al aborto, incluso el infanticidio, retornando así a una época de barbarie que se creía superada para siempre. Amenazas no menos graves afectan también a los enfermos incurables y a los terminales, en un contexto social y cultural que, haciendo más difícil afrontar y soportar el sufrimiento, agudiza la tentación de resolver el problema del sufrimiento eli­minándolo en su raíz, anticipando la muerte al momento consi­derado como más oportuno (..)
Encontramos una trágica expresión de todo esto en la difu­sión de la eutanasia, encubierta y subrepticia, practicada abier­tamente o incluso legalizada. Ésta, más que por una presunta piedad ante el dolor del paciente, es justificada a veces por ra­zones utilitarias, de cara a evitar gastos innecesarios demasiado costosos para la sociedad. Se propone así la eliminación de los recién nacidos malformados, de los minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos, sobre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales.
Otro fenómeno actual, en el que confluyen frecuentemente amenazas y atentados contra la vida, es el demográfico. Éste pre­senta modalidades diversas en las diferentes partes del mundo: en los países ricos y desarrollados se registra una preocupan­te reducción o caída de los nacimientos; los países pobres, por el contrario, presentan en general una elevada tasa de aumento de la población, difícilmente soportable en un contexto de menor desarrollo económico y social, o incluso de grave subdesarrollo. Ante la superpoblación de los Países pobres faltan, a nivel in­ternacional, medidas globales -serias políticas familiares y so­ciales, programas de desarrollo cultural y de justa producción y distribución de los recursos- mientras se continúan realizando políticas antinatalistas (.) Prefieren promover e imponer por cualquier medio una ma­siva planificación de los nacimientos. Las mismas ayudas eco­nómicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan injusta­mente a la aceptación de una política antinatalista (...)
Estamos en realidad ante una objetiva CONJURA CONTRA LA VIDA, que ve implicadas incluso a instituciones internacio­nales, dedicadas a alentar y programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, la esterilización y el aborto. Finalmente, no se puede negar que los medios de comunicación social son con frecuencia cómplices de esta conjura, creando en la opinión pública una cultura que presenta el recurso a la anticoncepción, la esterilización, el aborto y la misma eutanasia como un signo de progreso y conquista de libertad, mientras muestran como enemigas de la libertad y del progreso las posi­ciones incondicionales a favor de la vida (. . .)
Justo en una época en la que se proclaman solemnemente los derechos inviolables de la persona y se afirma públicamente el valor de la vida, el derecho mismo a la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular en los momentos más emble­máticos de la existencia, como son el nacimiento y la muerte (..)

Nuestras ciudades corren el riesgo de pasar de ser sociedades de 'convivientes' a sociedades de excluidos, marginados, rechaza­dos y eliminados. Si además se dirige la mirada al horizonte mun­dial, ¿cómo no pensar que la afirmación misma de los derechos de las personas y de los pueblos se reduce a un ejercicio retórico estéril, como sucede en las altas reuniones internacionales, si no se desenmascara el egoísmo de los países ricos que cierran el acceso al desarrollo de los países pobres, o lo condicionan a absurdas pro­hibiciones de procreación, oponiendo el desarrollo al hombre? ¿No convendría quizá revisar los mismos modelos económicos, adop­tados a menudo por los Estados incluso por influencias y condi­cionamientos de carácter internacional, que producen y favorecen situaciones de injusticia y violencia en las que se degrada y vulnera la vida humana de poblaciones enteras? (.)
La libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad. Cada vez que la libertad, queriendo emanciparse de cualquier tradición y autoridad, se cierra a las evidencias primarias de una verdad objetiva y común, fundamen­to de la vida personal y social, la persona acaba por asumir como única e indiscutible referencia para sus propias decisiones no ya la verdad sobre el bien o el mal, sino sólo su opinión subjetiva y mudable o, incluso, su interés egoísta y su capricho (.)
Desaparece toda referencia a valores comunes y a una ver­dad absoluta para todos; la vida social se adentra en las arenas movedizas de un relativismo absoluto. Entonces todo es pacta­ble, todo es negociable: incluso el primero de los derechos fun­damentales, el de la vida.
Es lo que de hecho sucede también en el ámbito más pro­piamente político o estatal: el derecho originario e inalienable a la vida se pone en discusión o se niega sobre la base de un voto parlamentario o de la voluntad de una parte -aunque sea mayoritaria- de la población. Es el resultado nefasto de un relativismo que predomina incontrovertible: el 'derecho' deja de ser tal porque no está ya fundamentado sólidamente en la inviolable dignidad de la persona, sino que queda sometido a la voluntad del más fuerte. De este modo la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental. El Estado deja de ser la 'casa común' donde todos pueden vivir según los principios de igualdad fundamental, y se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos. Parece que todo acontece en el más firme respeto de la legalidad, al menos cuan­do las leyes que permiten el aborto o la eutanasia son votadas según las, así llamadas, reglas democráticas. Pero en realidad estamos sólo ante una trágica apariencia de legalidad, donde el ideal democrático, que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de toda persona humana, es traicionado en sus mismas bases (..)
Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutana­sia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad hu­mana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad (..)
Cuando se pierde el sentido de Dios, también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado
Así, ante la vida que nace y la vida que muere, el hombre ya no es capaz de dejarse interrogar sobre el sentido más auténtico de su existencia, asumiendo con verdadera libertad estos momentos cruciales de su propio 'existir'. Se preocupa sólo del 'hacer' y, recurriendo a cualquier forma de tecnología, se afana por pro­gramar, controlar y dominar el nacimiento y la muerte. Éstas, de experiencias originarias que requieren ser 'vividas', pasan a ser cosas que simplemente se pretenden 'poseer' o 'rechazar' (.)
En realidad, viviendo 'como si Dios no existiera', el hombre pierde no sólo el misterio de Dios, sino también el del mundo y el de su propio ser. "
Para actualizar y recordar esta Encíclica, el Papa Benedicto XVI, ante la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida, im­partió el 24 de febrero de 2007 un extraordinario dis­curso. Reproduzco buena parte del mismo. Tampoco necesita comentario alguno, pues a su altura intelec­tual se suma la claridad de la exposición:
"El cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.
Desde esta perspectiva, sobre todo después de la publicación de la encíclica Evangelium vitae, se ha hecho mucho para que los contenidos de esas motivaciones pudieran ser mejor conocidos en la comunidad cristiana y en la sociedad civil, pero hay que admitir que los ataques contra el derecho a la vida en todo el mundo se han extendido y multiplicado, asumiendo nuevas formas.

Son cada vez más fuertes las presiones para la legalización del aborto en los países de América Latina y en los países en vías de desarrollo, también recurriendo a la liberalización de las nuevas formas de aborto químico bajo el pretexto de la salud reproductiva: Se incrementan las políticas del control demográ­fico, a pesar de que ya se las reconoce como perniciosas incluso en el ámbito económico y social.

Al mismo tiempo, en los países más desarrollados aumenta el interés por la investigación biotecnológica más refinada, para instaurar métodos sutiles y extendidos de eugenesia hasta la bús­queda obsesiva del 'hijo perfecto', con la difusión de la procrea­ción artificial y de diversas formas de diagnóstico encaminadas a garantizar su selección. Una nueva ola de eugenesia discrimi­natoria consigue consensos en nombre del presunto bienestar de los individuos y, especialmente en los países de mayor bienestar económico, se promueven leyes para legalizar la eutanasia.
Todo esto acontece mientras, en otra vertiente, se multiplican los impulsos para legalizar convivencias alternativas al matrimo­nio y cerradas a la procreación natural. En estas situaciones la conciencia, a veces arrollada por los medios de presión colectiva, no demuestra suficiente vigilancia sobre la gravedad de los pro­blemas que están en juego, y el poder de los más fuertes debilita y parece paralizar incluso a las personas de buena voluntad (..)

La conciencia moral, para poder guiar rectamente la con­ducta humana, ante todo debe basarse en el sólido fundamento de la verdad, es decir, debe estar iluminada para reconocer el verdadero valor de las acciones y la consistencia de los crite­rios de valoración, de forma que sepa distinguir el bien del mal incluso donde el ambiente social, el pluralismo cultural y los intereses superpuestos no ayuden a ello.

La formación de una conciencia verdadera, por estar fun­dada en la verdad, y recta, por estar decidida a seguir sus dictámenes, sin contradicciones, sin traiciones y sin compo­nendas, es hoy una empresa difícil y delicada, pero impres­cindible. Y es una empresa, por desgracia, obstaculizada por diversos factores. Ante todo, en la actual fase de la seculari­zación llamada post-moderna y marcada por formas discuti­bles de tolerancia, no sólo aumenta el rechazo de la tradición cristiana, sino que se desconfía incluso de la capacidad de la razón para percibir la verdad, y a las personas se las aleja del gusto de la reflexión.

Según algunos, incluso la conciencia individual, para ser libre, debería renunciar tanto a las referencias a las tradicio­nes como a las que se fundamentan en la razón. De esta forma la conciencia, que es acto de la razón orientado a la verdad de las cosas, deja de ser luz y se convierte en un simple telón de fondo sobre el que la sociedad de los medios de comunicación lanza las imágenes y los impulsos más contradictorios.

Es preciso volver a educar en el deseo del conocimiento de la verdad auténtica, en la defensa de la propia libertad de elección ante los comportamientos de masa y ante las seduc­ciones de la propaganda, para alimentar la pasión de la belle­za moral y de la claridad de la conciencia. Esta delicada tarea corresponde a los padres de familia y a los educadores que los apoyan; y también es una tarea de la comunidad cristiana con respecto a sus fieles.

Sólo así será posible ayudar a los jóvenes a comprender los valores de la vida, del amor, del matrimonio y de la familia. Sólo así se podrá hacer que aprecien la belleza y la san­tidad del amor, la alegría y la responsabilidad de ser padres y colaboradores de Dios para dar la vida (..)

Es necesario hablar de los criterios morales que concier­nen a estos temas con profesionales, médicos y juristas, para comprometerlos a elaborar un juicio competente de concien­cia y, si fuera el caso, también una valiente objeción de con­ciencia, pero en un nivel más básico existe esa misma urgen­cia para las familias y las comunidades parroquiales, en el proceso de formación de la juventud y de los adultos (..)

Es necesario promover coherentemente los valores mora­les relacionados con la corporeidad, la sexualidad, el amor humano, la procreación, el respeto a la vida en todos los mo­mentos, denunciando a la vez, con motivos válidos y precisos, los comportamientos contrarios a estos valores primarios.

La vida es el primero de los bienes recibidos de Dios y es el fundamento de todos los demás; garantizar el derecho a la vida a todos y de manera igual para todos es un deber de cuyo cumplimiento depende el futuro de la humanidad. "
(La conjura contra la vida de Guillermo Buhigas”Eugenesia y eutanasia”).

martes, 1 de marzo de 2011

Libro del mes (marzo 2011): La rebelión de las masas.


Como ya conocemos a Ortega, en nuestros comentarios y en nuestro estudio del tercer trimestre, vamos a detenernos a leer un fragmento de este libro de Ortega que puede ayudarnos a entender la masificación actual como peligro para la verdadera cultura.

“Esta experiencia básica modifica por completo la es­tructura tradicional, perenne, del hombre-masa. Por­que éste se sintió siempre constitutivamente referido a limitaciones materiales y a poderes superiores so­ciales. Esto era, a sus ojos, la vida. Si lograba mejo­rar su situación, si ascendía socialmente, lo atribuía a un azar de la fortuna, que le era nominativamente favorable. Y cuando no a esto, a un enorme esfuerzo que él sabía muy bien cuánto le había costado. En uno y otro caso se trataba de una excepción a la ín­dole normal de la vida y del mundo; excepción que, como tal, era debida a alguna causa especialísima.

Pero la nueva masa encuentra la plena franquía vital como estado nativo y establecido, sin causa especial ninguna. Nada de fuera la incita a reconocerse lími­tes y, por tanto, a contar en todo momento con otras instancias, sobre todo con instancias superiores. El labriego chino creía, hasta hace poco, que el bien­estar de su vida dependía de las virtudes privadas que tuviese a bien poseer el emperador. Por tanto, su vida era constantemente referida a esta instancia suprema de que dependía. Mas el hombre que analizamos se habitúa a no apelar de mismo a ninguna instancia fuera de él. Está satisfecho tal y como es. Ingenua­mente, sin necesidad de ser vano, como lo más natu­ral del mundo, tenderá a afirmar y dar por bueno cuanto en sí halla: opiniones, apetitos, preferencias o gustos. ¿Por qué no, si, según hemos visto, nada ni nadie le fuerza a caer en la cuenta de que él es un hombre de segunda clase, limitadísimo, incapaz de crear ni conservar la organización misma que da a su vida esa amplitud y contentamiento, en los cuales fun­da tal afirmación de su persona?

Nunca el hombre-masa hubiera apelado a nada fue­ra de él si la circunstancia no le hubiese forzado vio-

lentamente a ello. Como ahora la circunstancia no le obliga, el eterno hombre-masa, consecuente con su Índole, deja de apelar y se siente soberano de su vida. En cambio, el hombre selecto o excelente está cons­tituido por una Íntima necesidad de apelar de sí mis­mo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone. Recuérdese que, al co­mienzo, distinguíamos al hombre excelente del hom­bre vulgar diciendo: que aquél es el que exige mucho a sí mismo, y éste, el que no exige nada, sino que se contenta con lo que es y está encantado consigo. Contra lo que suele creerse, es la criatura de selec­ción, y no la masa, quien vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima la necesidad de servir como una opresión. Cuando ésta, por azar, le falta, siente desasosiego e inventa nuevas normas más difíciles, más exigentes, que le opriman.

Esto es la vida como disciplina -la vida noble-o La nobleza se define por la exigencia, por las obligaciones, no por los derechos. Noblesse oblige. "Vivir a gusto es de plebeyo: el noble aspira a ordenación y a ley" (Goethe). Los privilegios de la nobleza no son origina­riamente concesiones o favores, sino, por el contrario, son conquistas. Y, en principio, supone su manteni­miento que el privilegiado sería capaz de reconquistar­las en todo instante, si fuese necesario y alguien se lo disputase". Los derechos privados o privi-legios no son, pues, pasiva posesión y simple goce, sino que repre­sentan el perfil adonde llega el esfuerzo de la persona. En cambio, los derechos comunes, como son los "del hombre y del ciudadano", son propiedad pasiva, puro usufructo, don generoso del destino con que todo hombre se encuentra y que no responde a esfuerzo alguno, como no sea el respirar y el evitar la demencia”.