El ensayo “España invertebrada” de Ortega y Gasset presenta dos secciones diferenciadas y complementarias. La primera parte, “Particularismo y Acción directa”, es un diagnóstico político de la situación nacional de la España de los años 20, aquejada por el fantasma del particularismo y la desintegración. La segunda parte, “La ausencia de los mejores”, es una reinterpretación de la historia española en función de la distinción masa/minoría. Diagnóstico político y reinterpretación histórica se conjugan: la crisis política de España es, para Ortega, una manifestación contingente de un defecto constitutivo de la raza española: el rechazo a las élites por parte de las mayorías.
Veamos un fragmento del texto:
“El poder
creador de naciones es un quid divinum, un genio o talento tan peculiar
como la poesía, la música y la invención religiosa. Pueblos sobremanera
inteligentes han carecido de esa dote y, en cambio la han poseído en alto grado
pueblos bastante torpes para las faenas científicas o artísticas. Atenas, a
pesar de su infinita perspicacia, no supo nacionalizar el Oriente mediterráneo;
en tanto que Roma y Castilla, mal dotadas intelectualmente, forjaron las dos
más amplias estructuras nacionales.
Sería de
gran interés analizar con alguna detención los ingredientes de ese talento nacionalizador.
En la presente coyuntura basta, sin embargo, con que notemos que es un talento
de carácter imperativo, no un saber teórico, ni una rica fantasía, ni una
profunda y contagiosa emotividad de tipo religioso. Es un saber querer y un
saber mandar. Ahora bien: mandar no es simplemente convencer ni simplemente
obligar, sino una exquisita mixtura de ambas cosas.. La sugestión moral y la
imposición material van íntimamente fundidas en todo acto de imperar. Yo siento
mucho no coincidir con el pacifismo contemporáneo en su antipatía hacia la
fuerza; sin ella no habría habido nada de lo que más nos importa en el pasado,
y si la excluimos del porvenir sólo podremos imaginar una humanidad caótica.
Pero también es cierto que con sólo la fuerza no se ha hecho nunca cosa que
merezca la pena. Solitaria, la violencia fragua pseudoincorporaciones que duran
breve tiempo y fenecen sin dejar rastro histórico apreciable. ¿No salta a la
vista la diferencia entre esos efímeros conglomerados de pueblos y las
verdaderas, sustanciales incorporaciones? Compárense los formidables imperios
mongólicos de Genghis-Khan o Timur con la Roma antigua y las modernas naciones
de Occidente. En la jerarquía de la violencia, una figura como la de
Genghis-Khan es insuperable. ¿Qué son Alejandro, César o Napoleón, emparejados
con el temible genio de Tartaria,el sobrehumano nómada, dominador de medio
mundo, que lleva su yurta cosida en la estepa desde el Extremo Oriente a
los contrafuertes del Caúcaso?
Frente al Khan tremebundo, que no sabe leer ni
escribir, que ignora todas las religiones y desconoce todas las ideas,
Alejandro, César, Napoleón son propagandistas de la Salvation Army. Mas el
Imperio tártaro dura cuanto la vida del herrero que lo lañó con el hierro de su
espada; la obra de César, en cambio, duró siglos y repercutió en milenios. En
toda auténtica incorporación, la fuerza tiene un carácter adjetivo. La potencia
verdaderamente sustantiva que impulsa y nutre el proceso es siempre un dogma
nacional".