sábado, 28 de noviembre de 2009

Libro del mes (Diciembre 2009) "El fin del bienestar"

Este libro de Josep Miró I Ardévol-ingeniero agrícola y diplomado en Ordenación del territorio y director del Instituto de Estudios del Capital Social de la Universidad Abat-Oliba CEU, advierte de los peligros de acabar con la sociedad del bienestar que disfrutamos y propone las soluciones-algunas políticamente incorrectas- para remontar el vuelo y mantener los avances sociales.
Veamos un fragmento del mismo:
Las raíces profundas de la Gran Ruptura
Son fáciles de resumir porque se concentran en dos cuestiones:
El olvido de la relación entre antropología y economía y la im­plosión demográfica. Tras los graves problemas que comporta la destrucción de las instituciones insustituibles socialmente valio­sas, está el olvido de una evidencia absoluta, contundente: la economía es una antropología. En la raíz constitutiva de toda persona radica el hecho antropológico fundamental para todo el sistema de vínculos estructuradores de la sociedad, y que carac­teriza la condición humana, definida por la dualidad comple­mentaria de la existencia de dos sexos. La humanidad se divide estructuralmente en hombres y mujeres, y la sociedad está for­mada por las instituciones que configuran sus relaciones: el pa­rentesco en un sentido amplio, surgido de la complementariedad hombre-mujer. Ésta es la realidad antropológica, la estructura, base del sistema económico, generador de un elevado nivel de prosperidad y bienestar.


Obviamente, como con todo hecho no ya humano sino sim­plemente biótico, hay casos singulares, excepciones a la regla. Conductas que presentan variaciones, con la complementariedad de los dos sexos. Una de ellas es la inexistencia de interés hacia el otro sexo. Otras formas de conducta sexual son el impulso hacia las personas del mismo sexo -la homosexualidad- hacia los dos sexos indistintamente -la bisexualidad- y el desajuste entre el carácter sexual y la autoidentificación sexual-la transe­xualidad-, entre las más relevantes. Esta tipología de conductas es numéricamente marginal; todas juntas, incluida la homose­xualidad efectiva, difícilmente llegan a14 % de la población. Es­tas pulsiones no agotan las manifestaciones en este ámbito. Pue­den citarse otras, como por ejemplo la atracción sexual hacia los menores -la pedofilia-, la ansiedad sexual irrefrenable, o de­terminadas formas de relación como el S/M, con un peso cre­ciente en el mercado de las relaciones sexuales. Todas estas manifestaciones han existido siempre, recibiendo un tratamiento variable según el periodo histórico y la civilización, que ha osci­lado desde la prohibición y persecución hasta la tolerancia y aceptación dentro de unos límites establecidos. Las relaciones efébicas en la cultura griega clásica son, en este sentido, una refe­rencia obligada. Pero en ningún caso se llegaban a confundir los comportamientos aludidos con relaciones equiparables a las que sostenían entre sí hombres y mujeres, y menos todavía se otorga­ba el más alto reconocimiento social a su relación. Ésta es una singularidad de nuestro tiempo y, casi específicamente, un caso español.
Al margen de la consideración moral, que evidentemente tie­ne un fundamento antropológico, hay que subrayar que esta cla­se de alteración tiene una incidencia social y económica negativa. La causa es muy concreta: ignorar que la economía, cada modelo y sistema económico, obedece a una antropología concreta. La economía trata, por una parte, de las actividades relacionadas con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios; y por otra, constituye el cálculo que busca maximizar el beneficio y optimizar los medios en relación a los fines. En ambos casos se están formulando criterios antropológicos: uno depende de la cultura y el otro de la conducta. En este sentido, Rubio de Ur­quía señala en «Estudios de teoría económica y antropológica»: «La clave general para acceder al conocimiento de la naturaleza fundamental de la teoría económica es la investigación de las re­laciones estructuralmente existentes entre enunciados antropoló­gicos y enunciados teórico-económicos».

Esto es una evidencia a la que no se le da ningún valor práctico pese a ser decisiva. La economía soviética implicaba una concepción del hombre distin­ta a la de Estados Unidos, porque la concepción de lo que es ser persona, sus relaciones e instituciones sociales, es decir, el fun­damento antropológico, también era diferente. Ésta es la razón por la que, después de años de socialismo, las economías surgi­das de la URSS han tenido tantas dificultades para funcionar bien en el marco de la economía de mercado, que necesita un elevado margen de confianza para funcionar -capital social-, y donde no es admisible el beneficio ilimitado a cualquier precio y de cualquier manera. La economía de mercado necesita tam­bién por parte del sujeto, de una actitud de responsabilidad per­sonal hacia el resultado del trabajo, que el régimen socialista no había generado. «El hombre económico» socialista era sustan­cialmente distinto al occidental.
En todas las cosmovisiones, en todas las culturas, se hace pre­sente la distinción entre hombre y mujer, fruto inherente de la naturaleza, de la forma como se relacionan y como construyen instituciones estables basadas precisamente en aquella diferencia. Esta realidad configura el comportamiento económico. La inter­relación entre hombre y mujer, junto con actitudes y decisiones económicas, se hace presente de manera arrolladora tanto en la literatura como en la historia. Si elimináramos el sentido irreduc­tible de aquella diferencia, nuestra cultura quedaría desarticula­da. El preparar el futuro no tanto para un beneficio material de índole personal sino en razón de los hijos y nietos, el tomar deci­siones económicas de largo alcance en razón de esta perspectiva, el de constituir empresas familiares y rnantenerlas, el hecho de interesarse por algo más que por el lucro inmediato y el máximo consumo individual, la existencia de unas líneas de descendencia, parentesco y alcurnia, claras y bien definidas, la certeza de que los matrimonios como norma tienen hijos y están dispuestos y capacitados para educados, que son capaces de tener cuidado el uno del otro, que los hijos están dispuestos a sacrificar una parte de sus ingresos en forma monetaria o temporal para cuidar a sus predecesores, y la confianza de que esto será también así para ellos, define la existencia de una cadena educativa intergenera­cional entre abuelos y nietos, que son los fundamentos culturales de la donación y la confianza. Todas estas, y otras lógicas inter­nas, forman parte de la concepción antropológica que ha cons­truido y que sustenta la economía. Es irracional pensar que si se -modifican en un grado sustancial, tal y como de hecho está suce­diendo, la actividad económica y social se resentirá. Por ejemplo, cuando se afirma que los homosexuales tienen más capacidad de gasto que los heterosexuales a igual renta, lo que se está diciendo es que el modelo económico deja de invertir en el futuro -el coste de los hijos- para situarlo todo en el consumo presente. Es un cambio radical de paradigma, porque una sociedad que sustituye la inversión a largo y medio plazo por el consumo está abocada a la crisis y la decadencia económica. La homosociedad no es un problema económico mientras se mantiene en los lími­tes de su propia colectividad, porque constituye un hecho numé­ricamente marginal, pero resulta insostenible si se presenta como un modelo de validez general.
Si el único horizonte vital posible es el de la satisfacción indi­vidual, nadie plantará un roble, ni prevalecerá la búsqueda, ni la democracia sabrá hacer frente a los problemas de largo plazo, porque cada vez más se concentrará en aquello más inmediato pese a que no sea lo más importante. Es lo que ha empezado a suceder. Tanto es así, que la limitación estratégica para adoptar decisiones sobre políticas medioambientales a la altura del pro­blema no está en la falta de información, ni de sensibilidad, sino en las dificultades crecientes de una sociedad sin capacidad para actuar a largo plazo, en un grado suficiente como para sacrificar expectativas de presente.

Si se altera la antropología de la caracterización hombre­ mujer como la única identitaria de la especie humana, toda la concepción subsiguiente y el sistema de relaciones que construye se degrada y, con él, el sistema económico. En estas condiciones, las dificultades que experimenta nuestro sistema de bienestar se multiplican y su quiebra se acelera hasta hacerse inviable.
En los años setenta y ochenta del siglo pasado, la defensa del modelo de sociedad significaba la defensa del mercado y la liber­tad de iniciativa de la figura social del empresario, la capacidad emprendedora, el valor de la herencia y la sucesión empresarial, el derecho a la propiedad de los medios de producción ante las concepciones intelectualmente hegemónicas surgidas del mar­xismo.

Hoy, defender el modelo de sociedad significa defender lo mismo que en el pasado pero bajo unos supuestos más pro­fundos, más en la raíz, en la infraestructura: el sentido y signifi­cado de ser hombre y mujer y su complementariedad fecunda, la importancia del compromiso entre ambos y las condiciones que realzan la fortaleza de su vínculo, la dificultad para su ruptura, los medios para la conciliación. Defender hoy el modelo de so­ciedad del bienestar significa reforzar la capacidad educativa de los padres necesaria para la generación de capital social y huma­no. Representa una cosa aparentemente tan elemental, y a la vez tan vital y en peligro, como es garantizar una descendencia sufi­ciente.