El Gran Diseño llega a España el 15 de Noviembre publicado por Crítica y jaleado por un intenso debate mediático. Los gurús de la editorial Bantam Dell tuvieron el acierto de publicitar la obra, distribuida en inglés a principios de septiembre, no por lo que tiene de ciencia (está escrito en colaboración con otro físico, el norteamericano Leonard Mlodinow), sino por lo que tiene de filosofía. Y la estrategia funcionó.
“Dios no creó el universo” machacó la CNN resumiendo la tesis de Sthephen Hawking. Y ya fue imposible no seguir la punta de ese capote. Casi nadie había leído el libro, casi nadie era capaz de interpretarlo……, pero ya teníamos de nuevo el mundo dividido, de conveniente manera, en sabios (ateos, agnósticos, o escépticos) y creyentes (pobres diablos), éstos últimos buscando perdón para sus convicciones religiosas alegando que sin ellas nada tiene explicación. Argumento perdedor, cuando precisamente el debate se centra en si tal explicación puede existir.
Y sin embargo, son los cientifistas los equivocados. “Sencillamente sus filosofías no han estado a la altura de su ciencia”, explica Natalia López Moratalla, catedrática de Bioquímica y Biología Molecular, para quien el científico puede hablar de “la verdad final de lo que conoce por la ciencia positiva”, pero “a condición de que acepte que hay otra forma de conocer rigurosa y segura cuyo cultivo le exige, al menos, el mismo rigor que le exige la investigación científica”
Porque el error de los cientifistas no está en lo que saben sobre su disciplina, sino en creer que, cuando salen de ella, su autoridad permanece. Sus respuestas (entre otras, a la cuestión de Dios) “dependen en gran medida, no tanto de los datos conocidos por las ciencias, sino de la filosofía que sirve de matriz intelectual para la interpretación de esos datos”, afirma Moratalla.
No entremos, pues, al trapo: no siempre que se habla de Dios es la fe lo que está en juego. Nos hemos olvidado de que la teología natural o teodicea es una parte de la metafísica, y de que existe un conocimiento puramente racional de Dios que no precisa de la Revelación ni para concluir su existencia ni para descubrirle como Creador.
Es tan sencillo como explicarle a los Stephen Hawking o a los Richard Dawkins de turno que, cuando hablan de Dios, su adversario no son piadosos pero irracionales sentimientos religiosos, sino las poderosas y aristotélicas “cinco vías” de Santo Tomás de Aquino, cuya Summa Theológica tiene tanto de “lógica” como de “teo”. “Los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19,1), anuncia el salmista. Pero no hace sino colorear con poesía lo que la inteligencia, severa y fría, deduce del estudio del ser en cuanto tal.
O, como lo expresa Juan Luis Lorda, “llegar a la idea de un Dios creador está más allá de los datos científicos. Es una deducción posible al contemplar el conjunto de la realidad. Para nosotros, los cristianos, esa deducción viene reforzada por nuestra fe”.
Reforzada y punto.
Y Lorda, quien a su condición de sacerdote y profesor de Teología une la de ingeniero, señala algo más: “Nunca hemos tenido una idea tan unitaria de la realidad. Las gentes de otras épocas vivían en un mundo lleno de misterios distintos. Había muchas explicaciones parciales y muchos misterios desconocidos. Hoy, no lo sabemos todo, desde luego, pero sabemos que todo está relacionado: todas las estructuras de la materia y todos los organismos vivos. Todo se ha hecho a partir de un punto original y todo está hecho de lo mismo”, con un orden interno que apela a la inteligencia.
En esto último incidió Benedicto XVI en su encuentro de Abril de 2006 con los jóvenes de Roma y del lacio, al recordar la naturaleza matemática (es decir, racional) de la realidad: “Me parece casi increíble que coincidan una invención del intelecto humano y la estructura del universo: la matemática inventada por nosotros nos da realmente acceso a la naturaleza del universo y nos permite utilizarlo. Por tanto, coinciden la estructura intelectual del sujeto humano y la estructura objetiva de la realidad: la razón subjetiva y la razón objetivada en la Naturaleza son idénticas”.
Podrá discutirse si el instrumento matemático lo abstraemos de la Naturaleza o si es una creación nuestra que, sorprendentemente, sirve después para encajar en él los datos experimentales……………..
O como apuntaba Paul Dirac (1902/1984) Premio Nobel de Física en 1933, “hay que emplear todos los recursos de las matemáticas puras para generalizar y perfeccionar el formalismo matemático que forma la base actual de la física teórica, y después de cada éxito en esta dirección, intentar interpretar la nueva matemática en términos de entidades físicas”. La interrelación es casi absoluta. Todo un misterio.
Pero ¿tiene todo esto algún significado, aparte del profundo valor indiciario que señala el Papa?
-Es el momento de acudir a la biografía de Pirre Duhen (1861/ 1916) físico célebre y notable en su tiempo, ferviente católico y plumista correoso contra el positivismo y el laicismo. Además, sus diez tomos de investigaciones y hallazgos documentales reivindicaron los avances científicos en la Edad Media, contribuyendo a derruir el mito de su oscurantismo. Para sofoco de Dan Brawn, desveló las fuentes medievales en las que bebió Leonardo da Vinci.
Duhen fue capaz de defender una primera tesis doctoral sobre termodinámica ante tres genios (Gabriel Lippmann, Charles Hermite, Émile Picard) verla rechazada por espurios celos académicos y, como el “hombre” del poema de Kipling levantarse para defender con éxito una segunda tesis doctoral sobre magnetismo ante tres nombres no menos apabullantes (Edmond Bouty, Gaston Darboux, Henri Poincaré), iniciando una carrera brillante no sólo como científico, sino como filósofo de la ciencia.
“Siempre que se cite un principio de física teórica para apoyar una doctrina metafísica o un dogma religioso, se estará cometiendo un error”, sentencia Duhen en un texto capital, “La teoría física”.
Es el error que comete Hawking. Pero también, aunque con inmejorable intención, el de quienes buscan en la ciencia un apoyo que la filosofía o la fe no necesitan, salvo como auxiliares de sus motivos de credibilidad. López Moratalla lo llama: “introducir el misterio por la puerta de atrás” ¿Un caso? El de quienes presentan “la incapacidad, más o menos aparente, de la ciencia positiva de explicar de dónde proviene el sentido del yo de los humanos como una prueba científica de la existencia del alma inmortal.
¿Por qué? Porque como sostiene Duhen, “las doctrinas metafísicas y religiosas son juicios que se refieren a la realidad objetiva, mientras que los principios de la teoría física son proposiciones relativas a ciertos signos matemáticos que carecen de existencia objetiva”. La teoría física “es una forma matemática que sirve para resumir y clasificar las leyes constatadas por la experiencia. Ese principio no es ni verdadero ni falso por sí mismo, sino que simplemente da una imagen más o menos satisfactoria de las leyes que pretenden representar”.
No hay que tener complejos, pues, cuando los científicos se meten a filósofos, pero tampoco convertir la ciencia en oráculo de lo sagrado. Como resumió Duhen “la iglesia católica ha contribuido mucho, en muchas circunstancias, y sigue contribuyendo todavía con gran fuerza a mantener la razón humana en el buen camino, incluso cuando esta razón se esfuerza en el descubrimiento de verdades de orden natural”.