sábado, 27 de octubre de 2012



Libro del mes: Octubre 2012. "La elegancia del erizo".

Muriel Barbery, profesora de Filosofía, es la autora de esta novela, con la que consiguió el Premio de los Libreros Franceses. Nos revela, en esta obra cómo alcanzar la felicidad gracias a la amistad, al amor y al arte.
Veamos algún fragmento de la misma:

"¿Cómo transcurre pues la vida? Día tras día, nos esfor­zamos valerosamente por representar nuestro papel en esta comedia fantasma. Como primates que somos, lo esencial de nuestra actividad consiste en mantener y cuidar nuestro territorio de manera que éste nos pro­teja y halague, en subir o no bajar en la escala jerárqui­ca de la tribu y en fornicar de cuantas formas podamos -aunque no fuere más que en fantasía- tanto por el placer como por la descendencia prometida. Para ello, empleamos una parte nada desdeñable de nuestra ener­gía en intimidar o seducir, pues ambas estrategias bas­tan para asegurar la conquista territorial, jerárquica y sexual que anima nuestro conatus. Pero nada de todo ello lo percibe nuestra conciencia. Hablamos de amor, del bien y del mal, de filosofía y de civilización, y nos aferramos a esos iconos  respetables como la garrapata a su perrazo caliente. A veces, sin embargo, la vida se nos antoja una co­media fantasma. Como sacados de un sueño, nos obser­vamos actuar y, helados al constatar el gasto vital de energía que requiere el mantenimiento de nuestros re­quisitos primitivos, inquirimos estupefactos dónde ha quedado el Arte. Nuestro frenesí de muecas y miradas nos parece de pronto el colmo de la insignificancia, nuestro cálido nidito, fruto del endeudamiento de vein­te años, una vana costumbre bárbara, y nuestra posi­ción en la escala social, tan duramente alcanzada y tan eternamente precaria, de una zafia vanidad. En cuanto a nuestra descendencia, la contemplamos con una mi­rada nueva y horrorizada porque, sin el barniz del altruismo, el acto de reproducirse se nos antoja profun­damente fuera de lugar. Sólo quedan los placeres sexua­les; pero, arrastrados en la corriente de la miseria pri­migenia, vacilan ellos también, pues la gimnasia sin el amor no encuentra cabida en el marco de nuestras lec­ciones bien aprendidas.
La eternidad se nos escapa".

sábado, 13 de octubre de 2012




Libro del mes (septiembre 2012): "Verdad, Valores, Poder".

El autor de este libro es el cardenal Ratzinger (hoy, Papa de la iglesia católica con el nombre de Benedicto XVI). En este libro, afirma que hay dos principios básicos:la verdad y el bien y que estos dos principios son el fundamento y la garantía de una conciencia recta, de la libertad y de los derechos humanos. Por tanto, son la garantía de una sociedad justa y pluralista.

Veamos un fragmento de este libro:

"Ilustraré el concepto de democracia vacía glo­sando algunas ideas de dos célebres defensores suyos: Hans Kelsen y Richard Rorty. El jurista austriaco, padre del positivismo político y paladín de la posición relativista, expone su opinión al co­mentar un texto evangélico: el pasaje del Evange­lio de San Juan en que Pilato pregunta a Jesús: «¿qué es la verdad?» (Jn 18,38). La interrogación de Pilato es una pregunta sólo en apariencia. En realidad es una respuesta rotunda que se podría formular así: la verdad es inalcanzable. La prueba de ello está en que no espera contestación, sino que se dirige a la multitud para que decida con su voto un difícil problema. Pilato expresa con esa maniobra el necesario escepticismo del político, que ha de ser desconfiado, incrédulo, indiferente, desinteresado y frío. Su credo es no creer en nada: ni en la verdad, ni en el bien, ni en la justicia. Al proceder como lo hace, Pilato se comporta como perfecto demócrata. El perfecto demócrata debe encogerse de hombros -o lavarse las manos ­ante los dilemas morales y trasladárselos a la ma­yoría, que es fuente, origen, principio y raíz del valor. Figura ejemplar de la democracia relati­vista y vacía: eso es Pilato. Como tal desdeña apoyarse en la verdad o en el bien. Su único sostén son los procedimientos. A Kelsen no parece in­quietarle que el demócrata Pilato, que obra con pulcra exquisitez democrática, sin remilgos morales, atento sólo a las formas, se lleve por delante la vida de un inocente. Como no existe más verdad ni más bien que los de la mayoría, carece de sen­tido preguntarse si son justos o legítimos. Para en­viar a un justo a la muerte tan sólo hace falta con­tar con el beneplácito mayoritario, es decir, tener apoyos suficientes. Kelsen llegó al extremo de de­fender la necesidad de imponer, con sangre y lá­grimas si hiciera falta, la certeza relativista. Es preciso creer firmemente en la necesidad de no creer en nada. He ahí el superficial imperativo de­mocrático. 
Muy parecida es la actitud de Rorty. Es tan re­lativista como la de Kelsen y aún más huera. Al valor le resulta imposible levantar cabeza, aho­gado ahora en un mar de frivolidad, futilidad, li­gereza, insubstancialidad e intrascendencia. Tras el ocaso de la utopía comienza a propagarse un frívolo nihilismo de funestas consecuencias. Spae­mann cree que Rorty es el principal defensor de la utopía banal y el más encendido propagador de un tipo de sociedad liberal en la que no tienen cabida los valores absolutos, las convicciones firmes y los principios incondicionados. El único valor incues­tionable es el bienestar. La invitación paulina «as­pirad a los bienes de arriba», es sustituida por la nietzscheana «permaneced fieles a la tierra». El punto esencial de la democracia es, según Rorty, la libertad. No parece haber razones de peso para rechazar una proposición tan pacífica. El problema está en el tributo que se pide a cam­bio. Nada menos que el bien, y con él los demás valores, deberán desaparecer del horizonte demo­crático. El valor representa un peligro para la li­bertad, pues señala una frontera infranqueable que recorta sus alas. De ahí la necesidad impe­riosa de tomárselos a broma y unir la democracia y el relativismo. El único criterio de la moral y el derecho de que dispone la democracia es la con­vicción mayoritariamente compartida. Es díficil no estremecerse y sentir una sacudida interior, un como renitente repeluzno, ante una doctrina que convierte el principio mayoritario en fuente de la verdad y el bien. Su legitimidad para determinar la titularidad del poder está fuera de toda duda. Pero transformarlo en fuente de moralidad signi­fica concederle prerrogativas que no tiene y dejar expedito el camino a la arbitrariedad y el atrope­llo. A Rorty no se le escapa esta dificultad. No puede evitar la insatisfacción que le produce su propia doctrina. De ahí su confesión sorprendente de que la razón que se orienta por el juicio de la mayoría incluye siempre ciertas ideas intuitivas, por ejemplo, el rechazo de la esclavitud. «En eso se engaña, dice J.Ratzinger. Durante siglos, e in­cluso durante milenios, el sentimiento mayoritario no ha incluido esa intuición y nadie sabe durante cuanto tiempo la seguirá manteniendo".
 Y en otro añade: «La evolución de este siglo nos ha enseñado que no hay una evidencia ni  fundamento firme y seguro de la libertad. Kelsen y Rorty propugnan una democracia y libertad vacías. La primera no tiene otro cometido que asegurar la división y transmisión del poder, y la segunda persigue crear un ámbito social sin obstáculos que permita al individuo moverse en todas las direcciones posibles. Aquélla renuncia a llenarse de contenido comprometiéndose con la dignidad del hombre y los derechos humanos Ésta repudia su entraña ética, se ­abastarda y envilece, se convierte en una actitud de permanente  indecisión -cree que si se usa se gasta- y desiste de convertirse en estilo de vida.
 "Se comprende la inquietud de Hölderlin cuando pregunta ¿ quién comprende esta palabra».