martes, 7 de octubre de 2008

Verdad,tolerancia y diálogo. 1ª Evaluación.

La Revista "Acontecimiento", en su número 85, del cuarto trimestre de año 2007, expone el sentido del verdadero diálogo y las dos condiciones "sine qua non" de su desarrollo que son la tolerancia y la búsqueda de la verdad.
"La pretensión de imponer y realizar por la fuerza desde el poder político una total verdad salvadora ha dado lugar a horrendos totalitarismos. Esto ha hecho que al postmoderno le resulte la verdad sospechosa y el relativismo más absoluto aparezca hoy como un dogma del pensamiento dominante: los convencidos de conocer la verdad y que se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad es determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos.
El hecho, sin embargo, es que el relativismo constituye el mejor caldo de cultivo de nuevos totalitarismos. Si no hay un orden objetivo de verdades, de verdaderas exigencias morales, a las que ajustar la convivencia y el ordenamiento jurídico, es el Poder el que ocupa ese vacío, se autolegitima como absoluto y se erige en fuente última de determinación de lo bueno y de lo malo, de lo verdadero y de lo falso. Con lo cual se autodeifica....y pretende el culto de nuestro silencio absoluto y la reverencia a renunciar a la crítica de todas sus decisiones argumentando que se han tomado de acuerdo a procedimientos democráticos...................
Pero lo cierto es que una estable convivencia auténticamente humana no es posible sino asentada en unas verdades fundamentales, de índole moral, anteriores al Derecho y superiores a él, unas verdaderas exigencias que no valen porque las aceptemos sino que hemos de aceptarlas porque valen. Baste pensar en la verdad fundamental de la igual dignidad de todos los seres humanos sin cuya aceptación pre-política y pre-jurídica, pre-constitucional carecería de sentido y de soporte auténtico y sólido la convivencia democrática.
Entre la pretensión de imponer totalitariamente verdad alguna y la postmoderna relativista renuncia a toda pretensión de verdad está la búsqueda y afirmación comunitaria dialogal de la verdad.
La verdad en sí, ciertamente, no depende de nuestro diálogo ni puede sacrificarse su afirmación en aras de la tolerancia. Ahora bien, ¿podremos, sin diálogo ni tolerancia, converger en el descubrimiento y afirmación común de esas verdades que constituyen la base de la convivencia humana?
La verdades que aquí nos referimos son las verdades del hombre, de la naturaleza humana, las que han de guiar la vida del hombre y constituyen la base moral de la comunidad humana.
Dos preguntas habría que formular con respecto a estas verdades:
¿Existen estas verdades?
¿Cómo podemos conocerlas?
Con respecto a la primera la afirmación es patente, no sólo con la verdad sobre la igualdad de la dignidad del ser humano, sino que todos reconocemos que hay unas exigencias objetivas de cuya validez no se duda en estado de cordura: la defensa del más débil, la necesidad de justicia.......
Con respecto a la segunda, tenemos que afirmar que en una sociedad pluralista el diálogo se convierte en una exigencia intelectual y moral que compromete a la
persona entera.
Pero no podemos ignorarlo, a veces, se llama diálogo a lo que no lo es. El diálogo que propugnamos es el diálogo heurístico mediante el cual comunitariamente indagamos, buscamos y encontramos unas verdaderas verdades, cuya existencia damos por supuesta anterior y superior a nuestro itinerante encuentro dialogal, una verdad que no lo es porque la afirmemos, sino que hemos de afirmar porque lo es. Y para ello, es necesario la tolerancia.
No la tolerancia de tolerar todo en todo momento, sino la tolerancia que se sitúa en el plano de las relaciones interpersonales y que podemos llamar empática, aquella mediante la que inhibimos el movimiento de rechazo que pueden suscitar irracionalmente, en nuestra sensibilidad, los elementos más heterogéneos de la personalidad del otro (antipatías).
Esta tolerancia, libre de prejuicios, nos abre al otro, y lo acogemos, nos disponemos a escucharle y así hacemos posible la comunicación dialogal, que de otro modo quedaría bloqueada, para juntos caminar hacia el hallazgo y afirmación de la verdad.
De ahí que no cabe concluir, como pretende cierto sofístico discurso laicista que las convicciones no-religiosas son, sólo por eso, no-particulares,esto es comunes, las únicas y por tanto legitimadas para participar en el proceso de formación de lo común.
Pero no es así, las convicciones no-religiosas pueden ser, son, particulares.
La única solución es el diálogo precedido de la tolerancia como única vía para la búsqueda de la verdad.

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