viernes, 7 de diciembre de 2012
Libro del mes(noviembre 2012): Tenga usted éxito en su muerte
Fabrice Hadjadj, nacido en Túnez en 1971, es profesor de Filosofía y Literatura en Francia y colaborador habitual de "Le Figaro".
Este autor nos descubre una mirada de frente a la muerte donde se asocian la ruptura de nuestras esperanzas terrenas y el deseo eterno de bienaventuranza. En esta asociación se descubre el verdadero sentido de la muerte. Veamos un fragmento de su obra:
"El tiempo humano, siendo esperanza, es apertura a un más allá. Es, en esencia, un a-diós. De ahí su carácter trágico, aunque asimismo mesiánico. Deseo la felicidad, pero mi muerte y mi impotencia me muestran que yo no podría procurármela por mí mismo: tengo que esperarla de otro. Y ese otro no puede ser solamente otro hombre, tan limitado y falible como yo. Tengo que apelar a una potencia de lo alto. El tiempo me lleva a la paciencia y a la plegaria. La esperanza a que me obliga remite de mí mismo a una alteridad radical: es una esperanza que rompe mi orgullo y que me invita, desde ahora, a abrirme a los demás y, por encima de todo, al Otro salvador. N o lo digo por ser judío. Tampoco por ser cristiano. Es un hecho real. O mejor, es que la realidad es judeocristiana. Yo no tengo nada que ver. Intenté, en otro tiempo, hacer que se pareciera a mis mejores sentimientos, convertida al agnosticismo. No tuve éxito.
Nuestra condición es precaria. No estamos seguros del mañana. No tenemos la seguridad de que se realicen nuestros proyectos. El porvenir es imprevisible. Y la única cosa que puedo prever con toda certeza, a saber, mi muerte, no es nada sobre lo que yo me pueda apoyar. Mi suerte, lo adivino, no pende sólo de mi propia voluntad, sino de una potencia superior. De ahí la necesidad de rezar. No se trata de evasión, sino de realismo. "Rezar", en latín, se dice precare. Si nuestra condición es precaria, no podemos asumirla sin rezar. La llamada valentía, que pretende no experimentar esa necesidad, se niega a mirar de frente esa precariedad: imagina controlar la situación, o bien pretende desentenderse de ella con el pretexto de la total impotencia. Reencontramos la arrogancia optimista y el hastío cínico. Pero tanto la una como la otra, a escondidas, elevan sus pequeños altares y encienden sus velitas. Todo pende de un hilo. Tenemos necesidad de informar de ello a lo invisible, de que el hilo no se rompa, de que las cosas nos sean propicias.Todos los hombres rezan. Ruegan a sus jefes de empresa, ruegan a sus mujeres o a sus muros, ruegan, en los lugares públicos, que no fumemos. Se dan cuenta rápidamente de que ello no es suficiente y, a lo largo de la jornada, en el fluir de sus pensamientos, arrojan al vacío tal o tal deseo, como se arroja una botella al mar. El pequeño Isidore, en su infancia, hablaba con un amigo interior. Lo llamaba Léonard. Le pedía que le ayudara en sus juegos. Más tarde tuvo un cuchillo suizo. Con ese cuchillo suizo, se sentía muy superior a los otros niños. Se sentía capaz de conseguido todo. El cuchillo suizo tenía un poder que superaba el de sus múltiples hojas, como el sacacorchos y el cortauñas. Se había convertido en un amuleto. A veces, Isidore le hablaba. Cuando se tuvo que examinar para obtener el graduado escolar, fue a la iglesia con su abuela y puso un cirio para San José. Qué decir cuando llegó la hora de aprobar el bachillerato. En cada examen importante, no olvidaba la pluma con la que, un día, había sacado un ocho en matemáticas. Y luego suplicaba a su abuela ya difunta: "Rita, tú que ya estás arriba, haz que pase de cinco, que pase de cinco". Una tarde, en la notaría, un cliente togolés le dio una gran semilla de calabaza que, puesta bajo la almohada, despertaba la inteligencia: después de un mes, Isidore habría podido pensar que la cosa funcionaba, puesto que su inteligencia le hizo comprender que aquello no funcionaría, y dejó de dormir encima. Se compró una estatuilla de Buda. Después de eso, uno puede afirmar con fundamento que no cree en Dios, pero no por eso se aferra menos a las nadas: corbata rosa de la buena suerte, herradura y pata de conejo, mano de Fátima, rayas de la propia mano, madera que se toca rápidamente (oh lejano recuerdo de la Cruzl), horóscopo Tauro con ascendente en Virgo, Yi-king de la casa Albin Michel, "fetiches de Oceanía y de Guinea" que son los "Cristos inferiores de las oscuras esperanzas".22 El ex-El exrecordman mundial de salto de pértiga, Thierry Vigneron, se volvía a poner siempre el slip con el que había ganado la medalla de oro. Era un slip sagrado. De tipo canguro.
Sería capaz, gracias a él, de saltar más alto. Hasta el cielo quizás.Desde el momento en que se abandona la rectitud de la piedad, se cae rodando en el racionalismo y la superstición. En los dos a la vez o en uno tras otro, según la hora del día. El racionalismo para la pequeña porción de la realidad que se llega a comprender. La superstición para la inmensa región que se nos escapa y cuyos favores, no obstante, se quieren atraer. Lichtenbergi lo confesaba de buena gana: "Uno de los rasgos más sobresalientes de mi carácter es, ciertamente, la extraña superstición por la que extraigo de cada cosa un presagio, y hago en un mismo día de mil cosas un oráculo. [ ... ] Hasta el movimiento de un insecto me da respuesta a cuestiones sobre mi destino. ¿No es esto algo singular en un profesor de física?" A decir verdad, no es tan singular. Todo hombre se inquieta por su destino. La precariedad de nuestra condición temporal lo quiere así. Ahora bien, las ciencias experimentales, si bien pueden decirnos algo sobre las zonas de nuestro córtex o sobre las funciones de nuestro bazo, no nos dicen nada sobre nuestro destino. Hay que buscar en otra parte. Y, si uno no se remite razonablemente a la Providencia, se esfuerza en buscar signos en los posos del café o en el vuelo de un abejorro. Si no se ruega a Dios, se mendiga el socorro de un ídolo cualquiera, aunque sea la propia razón. Por lo que se refiere al mesianismo en sentido estricto, es decir, no sólo a una Providencia invisible que nos acompaña en el curso de nuestra existencia, sino a un Salvador que viene al fin de los tiempos, su pensamiento es imposible de extirpar en nosotros. Las canciones de amor, que dejan a los arroyos del corazón seguir libres su curso hacia el río, lo muestran hasta el empalago: cuando Blancanieves canta "Un día llegará mi príncipe", cuando Billie Holliday lloriquea inefablemente "Louer rnan, oh where can you be', cuando Dalida, con un ojo en cada uno de los fines, arrulla el "Esperaré" o cuando Claude Nougaro, con voz gutural y de cigarra, entona el "¡Ah!, lo verás", la voz se lanza siempre más allá del horizonte de este mundo, al encuentro de la Alegría prometida. Los que han intentado alejarse de ella, como Marx, sólo han conseguido fabricar mesianismos temporales. Acaban confundiendo vejigas con linternas," y linternas con mesías: Lenin, por ejemplo, Hitler o Jean-Bertrand Aristide. La técnica sigue siempre una misma lógica. La ambición de fabricar el Hombre Nuevo. Y es que nuestro tiempo, lleno de ruido y de furor, es congénitamente espera de un liberador. Así se explica la facilidad con la que todo un pueblo se echa a la calle tras un tirano prometedor o tras la utopía de moda. Sus expropiaciones se revelan enseguida perjudiciales. Lejos de liberar al pueblo, lo hunden más aún. A menudo con muy buenas intenciones. Pero el pobre pueblo no quiere aprender la lección. Al contrario, está tan abatido que se precipita tras el próximo falso mesías, tras la próxima planificación de la ciudad ideal. A menos que no acabe creyendo en el Mesías verdadero. Diógenes de Sínope iba con una linterna en la mano en pleno día. La ponía ante el rostro de los transeúntes y decía: "Busco un hombre". El filósofo cínico habla como la esposa del Cantar, o incluso como Edith Piaf. También él quiere oír: Ecce homo.Y hace presente que un hombre como éste, que rescatara a los hombres de su corrupción y de su miseria, sólo puede ser un Dios".
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