jueves, 29 de agosto de 2013

Libro del mes (Julio 2013): Los grandes cementerios bajo la luna.


Este libro es de Georges Bernanos, novelista, ensayista y dramaturgo francés (1888-1948). Fue publicado en 1938 y es una crónica sobre la barbarie, como dijo Hannah Arendt, el mejor planfleto que jamás se ha escrito contra el fascismo. Veamos un fragmento:

"Me diréis que esas personas eran santos. No, os lo aseguro, no eran santos. Eran resignados. En todos los hombres hay una enorme capacidad de resignación, el hombre es resignado por naturaleza. Por eso dura. Porque, bien pensado, de otro modo el animal lógico no habría soportado ser el juguete de las cosas. Hace milenios que el último de ellos se habría roto la cabeza contra los muros de su cueva, maldiciendo su suerte. Los san­tos no se resignan, por lo menos tal como lo entiende el mundo. Si sufren en silencio las injusticias que soliviantan a los medio­cres, es para dirigir con más ímpetu contra la Injusticia, contra su rostro de bronce, todas las fuerzas de su alma grande. Las iras, hijas de la desesperación, se arrastran y retuercen como gusanos. La oración, al cabo, es la única rebelión que se man­tiene firme. 
El hombre es resignado por naturaleza. El hombre moderno más que los otros, debido a la soledad extrema en que le deja una sociedad que apenas conoce entre los seres relaciones que no sean de dinero. Pero estaríamos muy equivocados si creyéramos que esta resignación lo convierte en un animal inofensivo. La re­signación concentra en él unos venenos que lo mantienen listo, llegado el momento, para toda suerte de violencias. El pueblo de las democracias no es más que una muchedumbre, una muche­dumbre a la que mantienen perpetuamente en vilo el Orador invisible, las voces que llegan de todos los rincones de la tierra, voces que muerden sus entrañas y atacan sus nervios porque hablan el idioma  mismo de sus deseos, sus odios, sus terrores. Verdad es que las democracias parlamentarias, más excitadas, carecen de temperamento. Las dictatoriales tienen fuego en las entrañas.
        Las democracias imperiales son democracias en celo.
  La ira de los ímbeciles llena el mundo. En su ira, la idea de redención les­_ atormenta, porque está en el fondo de toda esperanza humana­. Es el mismo instinto que arrojó a Europa contra Asia en el tiempo de las Cruzadas. Pero entonces Europa era cristiana, los imbéciles pertenecían a la cristiandad. Ahora bien, cristiano puede ser cualquier cosa, un bruto, un idiota o un loco, pero de ninguna manera puede ser un imbécil. Me refiero a los cristianos que han nacido cristianos, cristianos de estado, cristianos de cristiandad. En una palabra, cristianos nacidos en plena tierra cristiana, y que se creían libres y consuman una tras otra, bajo el sol o el aguacero, todas las estaciones de su vida. Dios me libre de compararlos con los zoquetes que los curas cultivan en tiestecitos, protegidos de las corrientes de aire! 
Para un cristiano de cristiandad, el Evangelio no es solo una antología de la que se lee un trozo cada domingo en el misal y que puede  cambiarse por Eljardín de las almas piadosas del padre Prudent o las Florecillas devotas del canónigo Boudin. El Evangelio informa las leyes, las costumbres, las penas y hasta los placeres, porque en él se bendice la humilde esperanza del hombre y el fruto de su vientre. Podéis tomarlo a broma, si queréis. No conozco muchas cosas útiles , pero sé lo que es la esperanza en el Reino de Dios, ¡Y no es poco, palabra de honor! ¿No me creéis? Peor para vosotros. Tal vez esta esperanza vuelva a estar con su pueblo. Tal vez la respiremos todos, un buen día, todos juntos, una mañana de los días, con la miel del alba. ¿No os in­teresa? Da lo mismo. Los que entonces no quieran recibirla en sus corazones por lo menos la reconocerán por esto: los hom­bres que hoy desvían la mirada a vuestro paso, o se burlan en cuanto les habéis dado la espalda, caminarán derechos a vuestro encuentro, con una mirada de hombre. Por esto, repito, sabréis que vuestro tiempo ha pasado". 

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